Yace muerto, mientras una persona que no conoce lo lleva en sus brazos para amontonarlo como ladrillos mal organizados con cientos de masas que ya no merecen el nombre de cuerpos. Él, con sus pequeños pantaloncitos mojados, refleja que es tan sólo un niño y que no pudo contra las armas de adultos incomprensibles. Y que como una reacción natural de cualquier niño del mundo, se hizo pipí.
Desde antaño vió cómo sus padres y todo aquel que estaba cerca incentivaba a sus hermanos a luchar por sus creencias, que para sus oídos "inmaduros" de maldad, eso no tenía sentido. Que al morir por tu pueblo te irías al cielo? Que no importa si en el proceso mueren incontables corazones? Rara forma de apreciar la vida pensó; al mismo tiempo en que observaba un bichito posarse en una de sus rodillas. Se sintió perdido, toda su familia pensaba diferente a él. Creyó que estaba pecando, que era falta de fe, y recordó que su madre muchas veces le había dicho que el Corán era más importante que la vida misma.
En su casa no había televisión, eran pobres, y las prioridades eran otras. Como era el menor de sus hermanos, su madre siempre salía con él cuando necesitaba algo del mercado o deseaba hacer una llamada importante. Estaba en uno de esos días cuando entraron a una tienda mucho más moderna que las anteriores, ésta proyectaba imágenes del cable. Aparecían personas que él jamás había visto en su ciudad; de tez muy blanca, cabellos claros y hablando una lengua que no entendía. Preguntó a su madre quienes eran, ella le explicó entrecortada que era gente que quería hacerles daño, porque querían hacerse más ricos de lo que en ese momento ya eran. Recalcó además que pronto estarían acá y que la vida diaria cambiaría. Se escucharían más sonidos de armas, mucho más crudos que los que de paso tomaban lugar en los barrios limitados como los de ellos. El niño se estremeció, le dio miedo pensar que todo sería peor. La madre rápidamente se empezó a agitar y comenzó a rezar desesperadamente a Alá, pidiéndole que detuviera a aquellos hombres, que no permitiera que su pueblo sufriera por una causa injusta. Y respirando hondo como si fuera su último trozo de aire gritó a los cielos (aumentando la intensidad de la situación y creyendo de alguna forma que así su Dios la tomaría en cuenta entre todos los pedidos que se hacían en ese instante), pidiéndole a Alá que apareciera, que respondiera, que le entregara cualquier especie de confort. El niño ensimismado estaba impresionado con la postura de la madre, jamás la había visto tan descontrolada. Y pensó que esas plegarias serían inútiles, porque él veía día a día a su padre pedir por un almuerzo digno, y nunca percibió un cambio significativo entre las hojas de parra mal aliñadas y el jugo sin sabor.
1:13 AM
14/06/05
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