Todo estaba demasiado oscuro, pero nos sentíamos, porque nuestros cuerpos yacían juntos sobre mi lecho de satén negro; aún así me levanté para encender unas velas y poder contemplar de nuevo su belleza. Era realmente perfecta. Era una hermosa criatura mortal.
Me había enamorado perdidamente con solo verla danzar en el mercado, con aquellos arapos que se convertían en valiosas prendas al estar en contacto con su piel. Busqué su morada y la traje a mi castillo cuando comenzó a caer la noche. Me sentía grandiosa teniéndola allí conmigo, media adormecida, entre mis brazos, asustada al tomar contacto con mi pálida y helada piel, pero agradecida por mi invitación. Me miraba atentamente con aquellos profundos ojos verdes que inspiraban tanta tristeza y por un momento tuve la sensación de que podría amarla si mi condición de inmortal me dejaba, pero yo no tenía pasiones mortales, yo no podía sentir esa clase de amor.
Me había arrancado el espíritu para fortalecerme a base de víctimas y buscar consuelo en la noche, vagar por los infiernos de la humanidad y observar cómo todo cambia y yo sigo caminando sin sentido, entre las sombras. Nunca me había arrepentido de ser vampira, pero en esos momentos dudaba de si hubiera sido mejor rechazar la oferta que un día de desesperación me hicieron. Porque habría resultado bonito entregarme en cuerpo y alma a aquella doncella de dorados cabellos y sonrosadas mejillas. Seguía pensando que no había nada que hacer, a no ser que ella quisiera seguirme y pasar su eternidad conmigo.
Lo dudaba. Ella no abandonaría sus sentimientos y sus seres queridos. Era demasiado angelical para darle tan malvado don. Continué mirándola y deleitándome al hacerlo. Ella permanecía en silencio, parecía como si quisiera leer mi mente, parecía como si quisiera ver más allá de mis fieros ojos. Acaricié su rostro, sonrió,se incorporó y me besó tan dulcemente que sentí los latidos de su corazón fluyendo en su saliva. Sentí sus cálidos labios manchando de carmín los míos. La deseaba, pero tenía miedo de que mi sed actuara sin mi consentimiento y cometiera una locura, aún así mis ojos se inyectaban en sangre cuando veía las venas de su cuello y sus manos. Deseaba poseerla, sentirme dueña de su ser, no sólo por el placer que me suponía pensar que me parecía a dios cuando hacía eso, dejar que las vidas de las criaturas mortales dependieran de mis decisiones, como cuando él se aburre de jugar con algunas de sus marionetas y decide cortar sus hilos para dejarlos caer, también quería poseerla porque la amaba, o al menos era lo que sentía en ese instante.
Seguimos besándonos, ella acariciaba mi rostro y yo temblaba. Jamás me había sentido tan apreciada, jamás me habían acariciado con tanta pasión y entrega. Todo parecía uno de esos sueños que son tan reales que a la mañana siguiente lamentas despertar, y yo no quería que nada de lo que estaba pasando acabara, quería que la noche fuera eterna, como yo. La noche seguía su curso, el cielo estaba vacío, no había ninguna estrella que iluminara el camino a los que se atrevían atravesar el bosque a tan altas horas. Nosotras seguíamos acariciándonos, y mis manos ardían al roce de su piel, sentía el calor de su cuerpo, su corazón latiendo agitadamente bajo su corsette, y no pensaba en nada que no fuera la situación en la que me encontraba.
Ella me miraba, como si no pudiera creer aquello que estaba pasando, pero estaba segura de lo que hacía, pues fue ella quien empezó a desnudarme y luego me sugirió que yo hiciera lo mismo con ella. Al contemplar mi cuerpo, mi tez mortecina, me abrazó, como si sintiera lástima y supiera cuánto dolor suponía ser así, esclava de la noche. Comencé a quitarle la ropa, prenda por prenda, dejando caer sobre sus hombros su andrajoso vestido, aunque parecía una princesa, y lo dejé resbalar por ellos hasta su cintura. El éxtasis se acercaba sigilosamente, acechando por la enorme ventana esperando el momento para asaltarme. Mi piel empezó a tomar el calor que la suya desprendía, me abrazaba mientras acariciaba mi espalda y besaba mi cuello, mientras yo me limitaba a ser presa de sus antojos, de sus brazos.
No podía controlarme, había llegado a ese punto en que sin querer se desatan las bajas pasiones y deseos, me llené de sadismo y mis ojos brillaron al ver que tenía demasiado cerca de mi boca su cuello, ella jadeaba y se acercaba cada vez más como si supiera lo que pasaba por mi cabeza en aquel momento, como si estuviera dispuesta a que yo la tomara de aquella forma. Me dejé llevar por mis instintos intuitivos, sin pensar que a lo mejor estaba errando, y comencé a lamer su cuello para que no sintiera el más mínimo indicio de dolor, clavé mis colmillos mientras ella me agarraba y apretaba fuerte para que continuara en aquel beso profundo que estaba llevándola al nirvana de los mortales, experimentando el placer que tantas veces había creído imposible.
Me susurraba al oído que siguiera, que no parase bajo ningún concepto, que ella me pertenecía, porque así lo había deseado y esa era su decisión. Yo alcancé el máximo éxtasis al escuchar aquellas palabras que me confirmaban que era mía y que me acompañaría durante toda la eternidad, bebiendo de su sangre, que corría dulcemente por mis venas y me hacía sentir aún más grandiosa, mis ojos se tornaron entonces más fieros pero seguí tratándola cortesmente y con delicadeza.
Terminé de saciar mi sed y cuando ella comenzó a sentir la llamada de la sangre abrió sus ojos, que esta vez parecían más frios y salvajes, y arañó mi pecho para beber de él. Estaba desesperada, como si tuviese ante sus ojos el manjar que siempre le habían negado y prohibido, y lamía incansable hasta limpiar por completo la herida que había hecho. Hicimos el amor en el silencio de la noche, cuando ya éramos dos criaturas desterradas de lo divino y del perdón.
Dos vampiras que iban a amarse así cada noche, durante toda la eternidad. Alcancé la gloria oscura al pensar que ya no iba a estar sola, que tenía una compañera eterna que seguiría mis pasos por el mundo, fuera a donde fuera, que iba a ser sólo mía y que ambas permaneceríamos juntas en nuestro lamento, que llegaría con el día para aliviarse al caer la noche.
.
|