Si para poder ser un ser pensante, y así lograr estar en el camino de la cultura, tengo que escribir un libro, voy a escribir las burradas más grandes. A ver si me gano el premio novel por aportar otro grano de mugre a la cultura.
Es que por estos días cualquier pelotudo cree que, por escribir un par de líneas, va a ser reconocido mundialmente como un hombre culto. Y no es que no falten aspirantes al trono entre la gran cosecha de mentecatos, sino que esta lucha por la violación mental aún retumba en los oídos cesantes de aquellos empresarios roñosos que buscan llenarse el bolsillo con la basura de otros. ¿Para qué? Para después decir y mostrarse como hombres sabios, conocedores del mundo y su historia.
Pareciera que todos se enfermaron de la misma peste, una plaga de presumidos que creen saberse dueños de las más increíbles farsas.
Entonces seamos parte de la masa, unámonos a la guerra contra la sabiondez. No más mentes brillantes: lerdos de anteojos y pantalón anclado al ombligo, con esa mirada perdida en un mundo que sólo ellos conocen.
Pero, ¿no estaremos siendo un poco injustos? Quizás nosotros estamos mal enfocados y no vemos que el mundo no está tan mal como creemos. ¿Por qué no iremos de encontrar alguien que sobresalga entre tanto ignorante? ¿O es que la hora del caguín y la copucha ya se instalaron a tomar té en nuestra mesa de reuniones?
Basta de decir cosas necias hasta que nos de hipo, basta de querer transformarnos en ese ser burócrata que tanto repudiamos, basta de pretender querer ser un ser pensante. Es hora de serlo.
No buscamos talentosos escritores, sí sagaces culturales. Cualquiera puede escribir, pero sólo unos pocos pueden ser grandes profesionales de la palabra.
Entonces no es que cualquiera que escriba un libro va a autodenominarse hombre culto, porque de ser así, podríamos escribir un libro hablando estupideces y convertirnos en filósofos de las heces. Pero podríamos desarrollar nuestra potencialidad, hacer un esfuerzo e internarnos en el gran mundo de la cultura y sacar de ella sus frutos, para luego mostrarle al resto de los incultos que sí podemos ser seres pensantes. Entonces podríamos entrar de esa manera al mundo de la cultura y ser reconocidos finalmente como hombres cultos, seres pensantes. ¿Y ahí estaría lista nuestra misión?
Si fuésemos hombres pensantes, no gastaríamos nuestro tiempo siquiera en formular tal pregunta.