Eso de la vida al máximo a veces me sabotea el alma. Vivir, estamos hechos para vivir, hacer cosas que parecen ínfimas en la grandiosidad de la vida, pero a veces me sobra tiempo inventando que hacer en vez de tocar las cosas con más calma, y me faltan agallas para enfrentar las que se me van de las manos. Estoy siendo insana, cambiando de refugio cada vez que viene el miedo y la aflicción de abrir el telón y mostrarme una pesadilla eterna, donde soy la culpa que no duerme. Quiero repartir besos dulces, y no amargarme porque tanto como los míos se encuentran al cruzar la calle, o al alucinar con las luces y fiestas. Está todo en un completo desorden después. Nada vuelve a ser excitante, nada vuelve a ser una intriga, la magia se va para no morir de vergüenza en la humillación que le causo con mis arrebatos y cuchilladas. Allí no importa nada, en ese entonces pensar está de más. No sé sus nombres, no quiero conocer sus miedos, me basta con las miradas que me encandilan, y con el aliento mutuo que neblina mis labios que de traviesos ya se han cansado de tanto juego. Y es una pena, no distinguir entre tanto sabor ni tanto amor. Ya todo es un diario confuso al que se le han escapado las hojas, las columnas de la Dra. Corazón se han usado para abrigar pescados, las citas de los amores se han colgado de la esperanza, tratando de aferrarse por última vez a un séquito de hombres que alguna vez fueron amados. Yo no amo, o amo a ratos, ya no sé cerrar los ojos, explicarles que sólo vivía, no puedo enfrentar la incoherencia de mis palabras, las virtudes escasas que tengo por no poder ver amor en dedos que se entrelazan tocándose completamente en el silencio.
No quiero que mueran sus sueños, tal vez estoy demasiado despierta, triste sentir así la vida, después de creer que uno sabe vivirla…