Luego de cerrada la puerta, hubo una quietud y un silencio, inquietante silencio, en el rostro del joven y desmoronado Carlos. Claro, era la primera vez que Carlos era rechazado, de manera tan contundente, por un ser tan preciado y admirado por él como lo era Sandrita. Es difícil explicar todo eso que se siente luego de tal experiencia, pero era algo como si, de pronto, no hubiera nada más que sentir de ahí en adelante, como un vacío, como ese que se siente cuando luego de una caída libre te das cuenta de que, la emoción y el intento por no perder el impulso para el salto, te han hecho olvidar el paracaídas. Se siente que es el todo por el todo. Por supuesto no del todo, todavía queda el orgullo. Que digo orgullo, la dignidad. Aunque esta también se pierde luego de quince minutos de quedarse parado, con la cara mojada por las lágrimas, frente a la puerta de la casa de la mujer que tanto y que de tantas maneras hubieses querido amar. Ese momento para Carlos fue como una batalla interminable entre el deseo casi incontrolable de gritar (sin importar que tan desafinada estuviera la voz después de tan drásticos cambios hormonales que representa la adolescencia por la que tan dolorosamente se atraviesa) que no le importaba compartirla con quien fuera, que le diera una sola oportunidad para demostrarle, que lo intentaran tan sólo una vez, que no fuera cruel con él, y una digna pero odiosa retirada a toda velocidad hasta los oscuros confines de su cuarto, donde confesaría sus lágrimas en la íntima seguridad de la oscuridad y el silencio. En muchos casos esta última opción casi siempre gana, y esta vez no fue la excepción.
Luego de ese desagradable episodio y como es característico en los individuos que atraviesan la tan detestable temprana adolescencia, Carlos evitaba sutil y elegantemente la presencia de Sandrita (su negado amor, que parecía sumar encantos día tras día) mediante rápidas incursiones en el baño de señoritas en horas concurridas o en salones de cursos superiores que se encontraban en clase. Lamentablemente, estas incursiones reducían “levemente” su capacidad de sentirse digno y le impedían frustrantemente pasar desapercibido por la engreída Sandra. Cada uno de estos eventos fue marcando una rutina desagradable y debilitante para las aspiraciones reproductivas por las que el cuerpo de Carlos incesantemente pugnaba. Carlos comenzó a comer en demasía y a deshoras, mezclando alimentos que los gastrónomos considerarían inmezclables e indigeribles, encerrándose en su cuarto luego del colegio para concurrir puntualmente al fantástico mundo de los videojuegos o al virtual mundo del Internet. Obviamente no salía a ningún lado ni tenía amigos, todo para evitarla a ella o a las incontables bromas que todos le jugaban si salía en algún momento el tema de Sandrita en una conversación cualquiera. Tal era la ociosidad de este incauto, que escribió una lista de cosas a no realizar, desglosando paso por paso cada punto en los planes para no llevar a cabo lo que ahí se decía. Esta lista incluía puntos como: “Primero que todo: - Es necesario, primordial, indispensable que no te vuelvas a enamorar de nadie. Olvídalo Carlos, el amor no es para ti. Concéntrate en ganarle a la máquina de videojuegos, ya casi lo logras. Luego, ya veremos...”
A pesar de todo y gracias a su encantadora personalidad, Carlos logró hacerse parte de un grupo de amigos en línea que no hacían más que explorar todas las entretenidas posibilidades que ese mar de cables y corriente brindan a tan malsanos individuos. Carlos, violando sus propias reglas de castidad sentimental, no podía dejar de imaginar las hermosas curvas que podría tener Dona_64, una de los miembros de la tan honorable sociedad ciberespacial y quien, desde un principio, mostró una gran afinidad con Carlos, demostrándole un cariño casi envidiable y sin reserva alguna. Cuan desgraciado se sentiría Carlos luego de saber que su querido “pastelito redondo con relleno cremoso”, sólo lo estaba usando para darle celos a Marco_Aurelio_16, un petulante amante del teclado que se decía el supuesto presidente del club y que era, desde hacía ya tiempo, el novio virtual de Dona_64. Después de esto, Carlos prometió no volver a faltar a su lista de no quehaceres y volvió a internarse en los juegos de video.
Pero nunca ha existido una regla sin excepción, y el caso de Carlos no sería una excepción a esta innegable regla. No pasó mucho tiempo de que Carlos se hubiese condenado a sí mismo a una vida totalmente libre de las tentaciones de la carne y el cariño conyugal (en realidad, menos de un mes y medio), cuando llegó a su vida (es decir, a su colegio) una maravillosa alternativa amorosa envuelta en la piel más blanca y sedosa que él jamás conocería y que poseía en la parte superior de su cara, las ventanas más grandes y brillantes que Dios había creado para mirar el cielo del Edén. María Clara era su nombre y se perfilaba como la nueva reina de la popularidad en los cursos inferiores de secundaria. Otra vez caía Carlos en las pegajosas y dolorosas redes del amor no correspondido después de que María Clarita lo hubiese saludado por su nombre en el pasillo luego de la clase de español, en la que a él le había tocado leer uno de los cuentos del libro de aprendizaje. “Es un ángel”, decía Carlos para sí mismo, “sólo le hacen falta las alas”. Pero no por mucho tiempo, porque Maclita, como ella misma prefería que la llamaran, había sido escogida como el personaje celestial de una obra del colegio en la que, “casualmente”, también Carlos actuaría (como efímero sirviente de un déspota productor y catador de vinos, claro esta). Carlos no perdía oportunidad para hacerle entender a Maclita lo muy confiable y buen compañero que él podía ser con la mujer apropiada. María Clara parecía mostrar un moderado interés en las charlas con Carlos, pero luego de un tiempo se aburría y terminaba por evadir cualquier intento de Carlos por invitarla a cualquier lado.
Pronto la relación pretendiente-pretendida entre Carlos y Maclita se fue deteriorando sin remedio, muy a pesar de aquél. Y la que él hubiese considerado “la mujer de su vida”, formalizó noviazgo con “un ñero de los peores”, un universitario mala clase que frecuentaba los sitios de reunión de los colegiales en busca de “pollitas” y que tenía casi el doble de edad de Carlos y como tres veces su tamaño. Esto dificultaba las cosas entre los dos, pero él no se rendiría tan fácilmente: en un gesto de magnánima valentía Carlos decidió enfrentarlo y, llegado el momento, decirle que no quería que se acercara más a María Clara y que se alejara de una vez por todas de sus queridos compañeros (claro está que usaría palabras no tan corteses como esas). El momento se presentó muy pronto (una “Splash party” que organizó una de sus compañeras con motivo de su cumpleaños y a la que “¡¡¡todos, sin excepción están invitados!!!”[Con cierta sensación de papa en la boca]), y Carlos estaba preparado… Ya se imaginarán el resultado de tan arriesgado atrevimiento: los morados en los ojos y la mejilla le duraron dos semanas; no pudo sentarse cómodamente por cinco días gracias a las nalgadas que le propinó el sínico muchacho por haber irrespetado a un mayor y sus dedos no llegaron a sujetar un lápiz o lapicero por un mes entero (o eso fue lo que Carlos pensó), ¿cómo podrían luego de los retorcijones por turnos que estos recibieron?
Bueno, pero no se amarguen por lo acontecido. Bien lo dice el viejo y conocido refrán: “no hay mal que por bien no venga”. ¿Recuerdan a Sandra? Pues la recordada Sandrita había vivido muchos acontecimientos (fracasos continuos de sus últimos tres noviazgos) que le habían proporcionado una suave pero marcada madurez en su forma de ser, y esta nueva cualidad fue expresada grandemente en la fiesta en la que Carlos fue el hazmerreír al haber recibido la macabra paliza propinada por su mundano contendiente. Ella fue la que se opuso con más fuerza a aquella barbarie, ella fue la única que se dignó a ayudar al pobre Carlos en su infortunio, ella le trajo hielo para los golpes, ella lo llevó a su casa, ella lo visitó por el tiempo en el que no pudo ir a clases, ella… Bueno ya me entendieron. La verdad es que Sandra sintió muchos celos cuando se dio cuenta de que Carlos quería más a María Clara que a ella y guardó siempre la esperanza de que él la volviera a buscar. Y como “si la montaña no viene a Mahoma…” Sandra decidió en la fiesta que lo reconquistaría y sabía que, aunque ahora usaba gafas medicadas, tenía frenos que abultaban sus labios y sufría de un ligero brote de acné, sus encantos sobre Carlos no habían desaparecido por completo. En corto tiempo ella confesaría sus sentimientos y Carlos los aceptaría y correspondería gratamente. Ahora, muchos podrán decir que nada es perfecto, pero Carlos cree que hay momentos que sí. Él cree en la eternidad de su amor con Sandra. Esperemos que esa eternidad no sea pasajera...
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