Celeste se levanta en la madrugada y tiene una guerra de ojos con el
cielo. Cinco minutos y se retira dichosa o aguanta la respiración para contener
las lágrimas.

Hoy es un año decía al despertar. Acostada en su cama recordaba todo...cada detalle,cada sonrisa y cada estrella guardada entre sus manos.
Era invierno en su ciudad. Pero hoy cuando se cumple un año, el cielo está hermoso otra vez. El amanecer con todos sus tonos de música y azúl le sorprende
y la llena de melancolía... Sus cinco minutos de guerra de ojos... por hoy, no existió.


Amaneció, ella ya estaba despierta iluminándose el alma con el músico...al son
de la misma canción y con la misma imagen en su mente.

Caminaron en la lluvia al mismo tiempo que sus sueños saltaban
por las nubes y sus pechos se llenaban de azul.
Una mañana, una tarde, un llanto, cayeron en abismos separados...sin embargo, seguían juntos y se hablaban cada noche.

Y la madrugada se hizo realidad... se tocaron, se miraron y comprobaron que
no eran la neblina de sus mentes, eran realidad: carne,huesos, dolor,tacto.
Esa madrugada, sueño o realidad, nadie sabía lo que pasaba. Los murciélagos
se habían quedado dormidos.

Salió el sol, secó a la noche, disecó al sueño y cada quien regresó a su abismo
con las lágrimas alborotadas en sus rostros.
Celeste en su inmenso hueco se tragaba el reloj por pedazos deseando que el sol hubiera muerto.

En el viento se escuchaban las voces de los murciélagos... "adiós, dile adiós".
Desde ese momento todo era confuso...desde el color del viento hasta el sabor
de las palabras.

La música seguía ahí...la canción durará por siempre y esa imagen a cada rato
se imprimía con un lapiz...el ojo con sólo una lágrima.

Hoy se cumple un año de palabras intercambiadas, nadie ha salido de su abismo,
ya lo van sintiendo acogedor. Y los murciélagos no se volvieron a dormir y no
dejan de vigilarlos por la noche... y de día...otros se encargan de hacerlo.

En treinta segundos acabas de leer y en treinta segundos nadie dijo ni si, ni no, ni corrió, ni gritó. En treinta segundos, nadie pudo decirse adiós.