EL ESCLAVO
Era un día como tantos otros, una mañana perdida en el tiempo y angustiosamente presente en mi memoria, cuando Lucia jugaba en esa plaza a la que tanto le gustaba ir. Allí, corría sin sentido con esa sonrisa que sólo ella podia brindar y con la alegria propia de sus inocentes cinco años.
Recuerdo que a cada minuto venía al banco donde estaba sentado a explicarme sin aliento sus nuevas proezas infantiles. Mientras, atrapado yo en la imperdonable lectura de aquella fatídica novela, de repente, me dí cuenta que ya no la oia cantar, ni saltar, ni reirse. Nunca mas la escucharia...
Es que el demonio mismo se encontraba esa mañana en la misma plaza en la que jugaba mi pequeña, cautelosamente se acercó a ella, le dió con dulzura un caramelo, y le ofreció algunos más que tenía en su auto. Eso fue todo, a los dos días la hallaron tirada como basura en un predio abandonado.
A él tambien lo encontraron, incluso al tiempo fue juzgado por un inhumano tribunal que dijo no haber prueba de que esa bestia hubiera estado aquella mañana en la plaza protagonista de mis constantes pesadillas.
E inexplicablemente quedó libre, libertad que yo deseo y no puedo conseguir. Durante meses pensé que el odio me dejaría cuando mis manos esten empapadas con la fétida sangre de ese maldito animal que pidió clemencia durante sus últimas horas, pero no fue así, y la razón es simple, quien inerte yace a mis pies se llevó a mi Lucia, y no me la va a devolver.
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