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Debes preguntarte sobre esta carta Lucas, que nos aleja de aquella rutina de la llamada diario que te hago para acordar el café de siempre y siempre a las seis de la tarde. Seguro te recordará a ese cuento de Cortázar, por su extensión, de aquella mujer que vomitaba pequeños conejos blancos. Ese buen argentino que me sorprendió hace tantos años; y que desde ese momento quise ser como él. Tener un departamento en París y un gato, y también improvisar, con el jazz, esculturas de palabras simultáneas que me permitan vivir de esta vocación que ya muchos quisieran. Y también no besarle el anillo al cardenal de Buenos Aires y levantar todo ese polvo que se debería en los medios.

Pero ya comienzo, no quiero que te fatigues de desesperación, que hace a uno saltar líneas e incluso como yo, que obvié tantas páginas de novelas por llegar a finales, luego faltos de sorpresa.
***
Cuando hoy subí al bus, de regreso a casa, guardaba dos historias en la cabeza que pensaba escribirlas en cuanto llegue, y que ahora poco me interesan. Antes, ya me había dado cuenta de la media luna en el cielo, debo confesar, por menos importante que parezca, que las lunas de las últimas noches, me llenan de emoción desde que tengo estos nuevos lentes. Las miro y son distintas. Sé que hay solo una, como todos, pero cada día es como si hubieran comprado una nueva para colgarla. Como en una vitrina, que sería el cielo. Pero la luna, es una y es vieja, y la vitrina si fuera vitrina, entonces sería de una tienda de antigüedades. Reliquias, quizás.

Entré al bus a buscar un asiento, con todo este pensamiento de la luna , pero a esa hora, es inútil encontrar uno libre, e incluso buscarlo, porque hay gente hasta donde no debería; y tú me entiendes, porque sé, que aún el banco no te ha hecho ver el último documento que hay que firmar para recibir el préstamo que quieres, y comprar ese auto, que dices, se parece tanto al que tiene el escritor británico que lees.

Pero bueno, subí y bastaron cinco segundos para ver a una señorita, con la mirada enclaustrada entre las páginas de un libro que yo leí en las horas que alcanzan dentro de una madrugada. Y tú sabes Lucas, cinco segundos es muy poco para darse cuenta uno de lo que yo he visto.

Sé en lo que piensas ahora, y ya comenzaré a describirla, con esa virtud de observador que alguna vez dijiste que tenía, y que aprendo, a solas, los sábados por la mañana en el café. Pero antes, quiero decirte, cuando la vi, se me ocurrieron tantos saludos casuales, para acercarme sin parecer a uno más de los que acercan, que caí en el recuerdo propio de mi timidez. Nunca hubiera pensado que tanta timidez unida pudiera alcanzar en un bus, era como si aquel auto del servicio público no me hiciera ningún servicio, sino al contrario, me llevara a una mudez absoluta, toda mi boca ciega de palabras, solamente mi cabeza llena de ideas y frases. Ahora solo recuerdo una que pensé y te la escribo, Juan Pablo Castel es el pintor más cuerdo del que he leído, le iba a decir. Pero sabes, en aquel momento, ella me echó tal mirada que olvidé la frase, y luego pensé en su color de ojos. Porque así uno piensa, primero un pensamiento lleva a otro, hasta que uno deja de pensar en lo que debería. Es difícil cuando uno no se da cuenta, y después lo recuerda. Ahora pienso que los recuerdos no nos ayudan tanto, sabes, si el recuerdo fuera del futuro sería mejor, pero es imposible. Si sigo, caería en el burdo tema del destino, pero no quiero escribir de eso, no sin vino. ¿Te das cuenta de lo que digo?
***
He llegado en la carta, a eso que muchos le llaman en nuestra profesión, la pepa. Y es que debe ser así, porque luego de contarte esta visión, porque lo es, no me resisto las ganas, con la que yo mismo me he tentado, a describir a esta señorita paso a paso. Cuadra a cuadra. Pero te advierto, nunca me fijo en el cuerpo, y lo sabes.

Ella tiene pecas en la nariz, pero no separadas como todos las tienen, sino disueltas, con un punto más oscuro en el centro de cada una, que forman el núcleo necesario para diferenciar una peca de la otra. Y todas, en serio, parecen como bien criadas.

La nariz no era lo mejor en ella, talvez porque el hueso de donde se inicia este artefacto estético, que más sirve para respirar que para gustar – esto no muchos lo saben -, tenía una clave diferente, una fórmula inusual, yo aún no la entiendo, pero te la cuento igual porque es importante en ella, pienso.

Los ojos no eran esos ojos árabes que yo distingo con facilidad a centímetros o a kilómetros. No, estos ojos, los suyos, eran diferentes y nuevos para mi. Y no quiero macerarlos en numerosos adjetivos, porque los vi tan nuevos, que terminaré haciéndote pensar que son como no lo son. Entonces te diré solo que eran caramelos, una quimera entre amarillos y marrones, de esos colores que miro en los atardeceres de los pintores impresionistas, y que nunca olvido. Espero que te baste con eso.

Luego el cabello. Si hubieras estado conmigo. Sujeto y detenido, negro y limpio. No lo tenía como lluvia, que es como te explico todos los demás, sino como olas, como cuando en la ociosidad, se me ocurre coger un par de ligas del escritorio y estirarlas, y estremecerlas frente a la pantalla del televisor y ver las formas que se hacen. Tienes que hacerlo para entenderme, y verás su cabello. Solo un par.

Estaba vestida como se visten las jóvenes gitanas de buen gusto. Tenía endosado al pecho un polo a rayas de todos los colores, me fijé bien y no eran solo los del arco iris; y una falda blanca que desarrollaba una entera anonimidad de sus piernas, y también en no mostrarse como se muestran las señoritas de ahora. Y una casaca azul con la que se abrigaba del calor a medias que hacía y una bincha que la cuidaba del desorden. Te resumo en fácil todo lo que he escrito: estoy seguro que te hubiera gustado al verla.
***
Lucas, te digo y créeme, la boca la tenía descompuesta de palabras. Necesitaba herramientas difíciles, de ferretería, posiblemente, para hacer que salgan con naturalidad, con reputación de desinterés, para iniciar ese juego de ajedrez universal que es la conversación. Y sabes, el bus se detuvo y ella cerró el libro y alistó unas hojas entre él. Yo estaba sin dinero, ni una moneda más que la necesaria para pagar el costo de ese servicio que me complicó la noche. Y es que los tímidos somos los más afectados en esto del acercamiento espontáneo, siempre lo he pensado, pero no con tanta determinación como en ese momento.

Ella se paró, y observé su tamaño en dimensiones reales. Era baja, y su cabello no alcanzaba a tocarle los hombros. Entonces me paré también, y esperé que avisara en donde iba a bajar del bus para irme con ella. Así fue. Ella caminó adelante mío unos pasos y yo la seguía.

Mientras continuaba la persecución se me ocurrían frases que decirle, muy tontas, o talvez muy inoportunas para iniciar una conversación, como esta que te escribo para que la califiques o la descalifiques, las mejores palabras del amor están entre dos gentes que no se dicen nada. El amor Lucas, el amor, acaso pensaba en tanto yo, y ahora vengo a enterarme de esto, que lo repaso con un sistema intolerable de recuerdo tras recuerdo para considerarme un tímido tonto, poeta y romántico, fuera de cualquier moda aceptada hoy. Pero una idea, solo una, me disciplinó, si yo fuera otro, ya tuviera una cita para el café con ella, pensé. Y la continué siguiendo sin que supiera, y determiné decirle la frase que te escribí en el principio de esta carta.

***

¿También has leído el libro?, dos veces, la primera en una sola madrugada, ¿y la segunda?, mañana, le mentí. Se rió. ¿Lucas leíste? Se rió, y cuando eso sucede mi querido amigo, sabes que el camino está correctamente delineado y que lleva a un buen lugar. Nos preguntamos el nombre y no le dije mi nombre sino otro, Nicolás, porque de eso se trataba la idea, en cambio ella tenía un nombre que era válido para cualquier personaje de novela, y además quiero que lo imagines, por eso no te lo digo. Qué te parece, le dije, si nos tomamos un café esta semana y conversamos sobre el libro, y le pareció buena idea, claro que sí, si lee toma café y fuma, y sabe hablar del clima de uno mismo sin llegar a la poesía.

En fin Lucas, luego te contaré más. El sábado por la mañana tienes un café y no voy a poder ir. De todas maneras estaré acompañado, lo sabes. Un fuerte abrazo. Nicolás.






Texto agregado el 14-06-2005, y leído por 176 visitantes. (2 votos)


Lectores Opinan
08-10-2005 Yo tomaré el café con Lucas, así que despreocupese... él estará acompañado. Sobre el cuento, exquisito como la intriga de desconocer la naturaleza mágica de la musa del cuento. ClaudiaPereyra
27-06-2005 una mudez absoluta, toda mi boca ciega de palabras.....y es que el silencio dice tantas cosas...y las miradas son mas que palabras...que bastaron las miradas para decirlo todo...se enamoraron...fabuloso!!...un texto maravilloso felicidades... cristal
16-06-2005 que fina descripción de la niña personaje de tu novel, me encantó. bonito relato y augurio un realmente grato café. Es admiración por Cortazar se refleja sincera....mis 5*. silvania
 
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