Te supongo encogida, dormida,
aferrada con tu suave presencia
sobre los músculos de mi espalda habitable,
dominando con hilos precisos cada dolor,
cada amada nostalgia,
cada espina sobrante, perdida y exacta.
Te supongo venganza, condena merecida, anhelada,
buscando paraísos encontrados y escondidos
dentro del pecho repleto de haches
y de remordimiento y de olvido.
Te espero, te contemplo, te pienso.
Pero no es tu estilo hacerte esperar.
Has llegado, blandiendo tu espada mellada,
entrando por la puerta principal de mis sentidos,
lastimada y lastimando los oídos,
golpeando con tus lánguidos pies cada escalón,
pisoteando tu pasado para ser la de antes, la de siempre,
la que mata y muere trayendo las imágenes de tu destino.
No te preocupes, no hay lágrimas.
Sólo ese tácito llanto de ya lo sabía,
ese que se llora para dentro, sin mojar la cara… Que práctica te vuelves.
Ya lo que lastima,
lo que realmente lastima
(aparte de tu llegada),
es simplemente la monotonía,
ese cantar sin tonos, de líneas rectas y cortadas por la saliva y el moho,
esa moda de grises que se pega,
se adhiere con obstinación, invade y domina sobre
paisajes, texturas, olores e historias sacadas de sueños olvidados…
Te has orientado bien, aún en la oscuridad.
Pero no te acerques tanto,
que me será difícil verte,
tocar tu rostro,
sentir la sangre que decora tus entrañas,
esa sangre que alimenta tu razón.
Mantente a un paso de mi pecho para notar tus cambios.
Ya se, no son muchos,
pero el tiempo corre aunque no te importe.
Quédate ahí y deja que te ame con mi silencio,
con mi odio justo y reprochable,
deja que te toque con mi aliento que se enfría
y prepara un viaje que cambiará tu destino.
No tengas miedo, que pronto esta cálida lluvia cesará,
aunque no sea bueno para muchos.
Y tú serás el destino que alcance mi mano
luego del ligero viaje que realice desde mi regazo,
acompañada por el silbante filo de mi espada,
sedienta de la sangre que brote de tu cuello… |