Salvo aquellos cadáveres, la calle estaba desierta.
Aquel día había sido uno más un ese infierno que se prolongaba más allá de toda imaginación, de todo raciocinio.
La noche comenzaba a envolver en su oscuridad las ruinas de las casas destruidas é incendiadas por los disparos y las bombas, pero nosotros no nos animábamos a abandonar nuestro escondite.
El miedo era más denso que las sombras y no nos atrevíamos a salir.
No podía saber ¿Cuántos habíamos logrado escapar?, ¿Cuántos habíamos sobrevivido a ese demente juego de vida o muerte?
Un silencio frío, filoso como navajas, cortaba el aire. Sólo el conteo enloquecedor de la elección se repetía en mis oídos una y otra vez:
- ¡Uno!, ¡Dos!, ¡Tres!, ¡Cuatro!, ..... ¡¡Cinco!! ; y el grito sentenciante que ordenaba : ¡¡¡ Afuera !!!.
Era el turno del elegido, sólo le restaban pocos segundos para correr, para escapar. Luego el ardiente metal de las balas buscaría su carne. Su vida.
¡Correr! , ¡Escapar! , ¡Fugarse de ese infierno! . . . . .


" ¡Abuelo! , ¡Abuelo! "
- De pronto sentí un suave tirón en la manga del saco y una voz tierna y conocida me devolvieron a la realidad.
" Abuelo, la elección ya termino, ya podemos volver a casa . Como solo había un lugar y nosotros eramos tres el instructor tuvo que elegirnos por quinteo. Nadie quería quedarse sin participar en el juego. Por suerte fui elegido. Viajamos mañana de madrugada y no tengo nada preparado.
¡Corre, abuelo, corre! "
Mi pequeño nieto salío corriendo delante mío, pero yo no pude seguirlo.
Yo todavía no me atrevía a salir de mi escondite.

© Norberto Adrian Mondrik.