Sólo las cobijas y lamentos de praderas envenenadas,
el deseo de conocer París con el retrato de sus calles posadas
sobre las suelas de mis tacones gastados,
mis pestañas en claroscuro de recuerdos
y el armario que odio,
donde mi ropa esta atarugada con una ligera mezcla de olor a
perfume de pera y Kool Blue.
Queda de mí sino la pelea con mis vicios. Con el café –por
ejemplo-,
porque ha ensuciado las páginas de los libros que son mi sosiego
y porque mi gastritis ha aumentado.
Paco Ignacio T. II. ha sido una de sus víctimas con la gran
mancha negra sobre sus hojas teñidas de blanco.
Por lo tanto, sacaré la flor lila que esta justo en la pagina 3 y 4,
que aunque lejana al café, no merece estar cerca de él,
mancillando las hojas níveas y lúcidas del libro que ni siquiera es
mío.
Queda la sangre espesa –cualquiera creería insensible, aunque no
es así-,
en esta Bogotá perpetua de sombrillas, lluvia y calles rotas junto a
la evocación de algunos de mis filmes preferidos (...“Más allá de
los Sueños”..., “Amelie”... y una bella leyenda de amor en
Irlanda, que justo en este momento no recuerdo – olvido siempre
su nombre-, que mal...);
y... aunque tenga serios problemas con estas historias por el
exceso de amor y la abundancia de lágrimas... entonces... el
pecado solo está en los ojos rojizos, pesarosos, húmedos.
Qué queda sino la pulpa navegante de la soledad, el café en las
hojas de los libros,
el humo adherido a los pulmones,
el mismo poste donde siempre tropiezo y el cuarto al que le falta
espacio,
quizás debería botar los hélices de las rosas o en dado caso sus
espinas...
Entonces anclaré mis deseos en la torre Eiffel,
comeré moneditas de chocolate alumbrando suavecito... escucharé
una buena canción con el tizne de las paredes,
aunque las mañanas se llenen de tempestad
y aúllen en las llanuras de mi memoria...
Reposo de piel,
sueño de follajes en otoño,
tangos a media luz...
lo que queda de mí es sólo lo que dejo en vos.
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