He sentido un estremecimiento en todo mi cuerpo esta mañana. Un intenso escalofrío, seguido de un sudor frío que entumeció mis huesos y me obligó a levantarme de la cama de un salto. Ha sido en el mismo momento en el que tu avión despegaba de la pista de aterrizaje de mi vida, el momento en el que volvías a abandonar apresuradamente mi mundo.

Y realmente esta vez te vas con la conciencia tranquila, al igual que yo he lavado mis pecados e inquietudes en la lluvia de nuestras lágrimas esa noche de sábado. Te dije lo mucho que te había llegado a odiar, y lo mucho que te sigo queriendo. Te dije como no había entendido aquella precipitada huida hacia ningún sitio, y como ahora era capaz de entender gran parte, aunque no todo aquel infierno que había pasado. Te dije como entendía que nuestras vidas habían tomado caminos totalmente diferentes y ahora no había lugar para ambos en una misma ruta. Lloramos, para después sonreír mientras nuestras manos se rozaban en el que sin duda iba a ser el único contacto físico que íbamos a tener durante esos días. Era lo mejor, sin duda. No debíamos rozarnos, no debíamos volver a probar el veneno que podría matarnos de una vez por todas. No dos veces el mismo error.

Eran pocos días, ambos lo sabíamos. Ambos conocíamos el riesgo que podría existir en reencontrarnos, pero aún así decidimos que debíamos hacerlo. ¿Acertado? No sabría decirlo. Sin embargo, la sensación general me dice que si, que necesitábamos vernos, compartir unas horas, unos días, y ser capaces de cerrar entre los las heridas de un ciclo que se había extinguido a nuestro paso. Recuperar los buenos tiempos eliminando los viejos. Construir los recuerdos de algo que fue maravilloso desde la certeza de que se ha acabado. No buscar culpables sino momentos. No buscar lagrimas, sino sonrisas.

Y al final el tiempo ha devuelto nuestras vidas a sus respectivos sitios, y mi mente intenta analizar algo que el corazón no le permite analizar. Los resultados? Satisfactorios. Finalmente nuestras vidas han roto ese finísimo hilo que las unía, y se han convertido en dos vidas unidas por la hermosa amistad de dos personas que han compartido más de lo que puede contarse al calor de una hoguera, que han arrancado estrellas del cielo para regalárselas entre ellos y que se han reído del paso del tiempo con la prepotencia que solo los enamorados tienen para ello.

Pagamos el precio de todos aquellos excesos? Puede que sí, pero es algo que realmente no debe preocuparnos. Tan solo los recuerdos merecen la pena para enterrar el fracaso, y la vida aún tiene mucho que ofrecernos a ambos, esta vez en caminos separados. Y se que el amor nos sonreirá algún día de nuevo, aunque ahora te cueste creerlo.

Se feliz, yo también intentaré serlo. Ambos nos lo merecemos.