Farsa.
Cuando nos encontramos en medio de una fiesta, en el entumecimiento, en medio de la contemplación absurda, en el aturdimiento de los vasos de cerveza y el licor meloso que se nos trepa al alma y echamos una mirada hacia fuera, hacia la calle fría y despoblada, y calamos el olor húmedo de las noches de invierno limeñas, advertimos la brutalidad farsante de ese mundo que nos alberga, ese universo soporífero que nos arrulla en su seno, que nos esclaviza en sus paredes invisibles y con las que chocamos cada vez, a cada instante, y que se nos hace perpetuo. Mas, de pronto, oímos una voz que nos llama, que nos grita desde algún lugar profundo y olvidado del Yo, ese páramo insondable que es el centro mismo de nuestro universo: ¡Huye!, ¡Escapa!..., nos dice. Es allí cuando reflexionamos, cuando consideramos y confrontamos todo aquello que se nos vislumbra dubitable; cuando detenemos la marcha, confusa y vacilante de ese vagón descarrilado que es la suma de todas nuestras acciones pasadas y actuales, favorables y desfavorables, conclusas e inconclusas, para darles una mirada, ya no de soslayo, ya no cómo quien no quiere la cosa, sino la mirada de quien se pregunta: ¿Qué demonios sucede aquí?...
Sólo echando una mirada hacia la calle podemos disipar ese adormecimiento y escapar al flirteo, al engaño de las caras bonitas, a la moral de las viejas mojigatas, a los gestos adecuados y amables, a los buenos modales, a la ebriedad, al hastío. Pensamos que si nos fuese posible salir corriendo de allí, seríamos los seres más felices sobre la tierra y el universo entero. Entonces elaboramos planes y modos de zafarnos de aquel punto de desencuentro que nos esclaviza, que nos enmarroca a su jaula. Comprendemos que sólo de esta forma seremos libres: sin moral ni ética ni modales hipócritas: seremos, por fin, humanos, sinceramente humanos. Podríamos asestarle el mayor golpe a la Etiqueta Social: una furiosa patada en la cara al mediocre y necio de Carreño. Y es precisamente eso lo que nos incita, nos subleva y nos entusiasma...
Aquellas luces intermitentes de la avenida nos llaman...
La oscuridad nocturna nos devuelve nuestra identidad de bestias de caza...
Arrojaremos esa piel de cordero que insistimos en colocarnos encima...
¡No Limits! ¡No Law!
No existe el freno...
Y sin embargo, como ocurre con las aves de corral, nos quedamos allí, sin levantar vuelo, y volteamos la mirada por sobre el hombro al notar la palmada amiga y cómplice, y sonreímos, y aceptamos el vaso lleno que se nos tiende...
Lima, agosto de 1997.
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