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I De Tonces, el ocho y Falasterios

El amor lo cura todo. Otra vez: el amor, locura, todo. Mejor. Pero qué absurdas maneras tiene de manifestarse. La vida es igual, vives un momento con el tiempo en un sentido, luego duermes y todo se vuelve de cabeza. Yendo y viniendo van las personas dentro del Falasterio.

Yo era uno, nací y me crié dentro de uno de los muchos Falasterio Y, aunque despierto en mi dormir, hoy me rehuso a decir que no estoy vivo, y a pensar que siempre pienso. Siempre como gota de lluvia colgando de una hoja, derramándose hacia el mundo con el más pequeño ruido del concreto. Concreto de la tierra, concreto de la jungla.

Caminando por el verde de sus vientos, me di cuenta de una estrella, que vagaba por el mundo, fugaz como gacela. La descubrí cuando afronté el destino, cuando la liberé de su prisión, y aunque prisionera por descuido, fue nuestra desde que la vida es vida y la memoria mía. Es un astro esperando a ser anillo. Es lo que comparten con desdén algunos y otros con buen tino.

Perdí mi estrella sin saber qué era. Sin ver el mundo se perdió huyendo al infinito de mi sangre, donde nunca luz alguna la encontrara: por promesa, por destino o lo que sea. No es difícil, cuando sabes lo que buscas, encontrar. Hay un hueco en la piel del mundo, es ahí donde esa luz se esconde. Una estrella de un nuevo elemento. Algo entre la fuerza de su brillo y su pequeñez astral lo que me hace sonreír, despertar, caminar. Un sol que atrae mi cuerpo, que llamo y se hace venir. A veces unicornio sin cuerno; mejor sincornio por reducir. Su cuerno lo perdió en batalla. Esa de mundos siempre equidistantes, de signos, formas y colores. Yo le llamo “Tonces el sincornio” y él responde. Y en Tonces yo cabalgo por la jungla.

Vivo en este Falasterio desde hace 4 años, hay un barco de mentira, caballos de metal y caucho, y gente con quien jugar. Sin dejar de mencionar que son ocho los cuadrantes donde habitan: seres grandes de ocho dedos, de nueve y diez. Yo tengo de dedos no se mucho, tengo ocho como muchos de este mundo. Y con eso me conformo. Casi todos los de ocho de mi cuadrante tienen una estrella. Jugamos a lanzarla o a pasarla. De mano en mano, de ocho en ocho. A veces me relaja sentirlos jugar con la mía. Otras veces la pongo en el suelo frío y descanso de su brillo. Pienso que es un imán positivo: cuando lo coloco en mi dedo ella repele el aire que debe, positivo, serlo también. Esa estrella que a veces tiene nombre forma y lomo. Tonces cuando quiere, estrella para todos.

Nunca supe de mi estrella sino cuando la cabalgué en el principio, pero como vino se me fue. ¿O mas bien me la quitaron? La respuesta a mi pregunta y a la de los que se sienten sin su estrella, es que: o la dejamos en la oreja como pasa siempre con el lápiz o simplemente ya no está. Y si no está es que desde siempre existió gente que nuestra estrella nos quitaba. Y, vuelvo al astro, si nunca supimos de ella fue porque el ladrón de luz nos quitó esa esencia antes de poder reparar en ello. Ese que nos mira hacia abajo y sube su voz, nosotros en llanto y en grito sordo, ellos en todos. Nosotros durmiendo.

Siempre con la luz de luna, sin estrella y con sordera. Nosotros sufrimos de una especie de encandilamiento auditivo, gritamos si, por no escuchar nuestra voz en la orquesta del Falasterio. La sordera que mi canto desafinado y mi memoria me hacía escapar a ver el cielo que refleja mi rostro como espejo. O daba tumbos por ahí, cuando solo, por el mundo de caballos que me arrullaban hasta oírme dormir. Yo soñando y goteando vida, los demás jugando a la pelota.

Aquel que nunca tuvo estrella está enterrado en su propio mundo de caballos y gacelas, con su propio ladrón de estrellas y su propio Falasterio.


II Del rubí y sus seis amigos

Cuando en Tonces voy, siento que tengo el corazón en la mano. Tengo su latir en los movimientos de mis dedos. Juego con él a través de la jungla, subo bajo, es un hilo, un anillo y lo que quieras que sea. Eso lo único que sé, a parte de todo y nada a la vez. Lo busco con un grito a los cinco vientos para que todos la oigan. Las letras que de mi boca salen son para ustedes, seres de ocho dedos, que como yo, nublan sus ojos de repente con mares invisibles, y sumergen su pena en la mentira. Esa mentira fría que te acostumbraron a ver, esa mentira absurda que crearon para la muerte, o lo que es lo mismo: una vida sin alma. Poco a poco muere el árbol que se ha quedado sin sol. Y que se callen los que oyen y que griten los que saben, nada sirve es igual.

- ¿Qué hace que repares en lo falso? – un ser de nueve me insinuó que me decía, diciendo las palabras al revés.

- No es eso, es que aún creo en el rubí. – Contesté sosteniendo el vidrio rojo con el pie.


Yo sabía la respuesta, fue ese ser de cinco y cinco en sus manos temblorosas, la que me inculcó a mentir y a ser mentido. No la culpo, ni a ella ni a los dedos de sus pies. Ni a su boca ni al secreto de su trato que con ella pronunció.

Ahora vengo con la excusa del por qué tanto misterio con el rubí y sus seis amigos. Ya que el de nueve ha seguido su camino, les relato los comienzos del grillete. O las historia de los siete amigos.

Al principio el Falasterio no era eso ni era mucho. Era el lugar de las personas de nueve dedos, es decir de las personas, que al ser las únicas que habían, no por dedos divídanse. Al principio hubo pan, y hubo gente que del trigal cosechaba, lo necesario para todo aquel que habita en el lugar. Luego hubo de más, hubo trigo para con otras gentes de otros lugares intercambiar. Hizo un feliz tiempo habiendo trigo, y habiendo más. Maíz, vestido y alfarería se cambió por ese más. Luego se inventó el primero, el primero de los siete amigos tristes. Esos que te obligan a mirar, lo falso, la jungla y el altar. Se comenzó a intercambiar el rojo vidrio del rubí, por todo aquello que se pudiese intercambiar. Se comenzó a poner precio a lo que nadie nunca pudo desear, por ser lo de uno para todos, viceversa. Se comenzó a llamar tuyo y mío a lo que antes era eso.

Hay un cartel por las afueras del Falasterio de mi mundo, donde se leen las palabras que recito, dice algo como “Ten cuidado con el rojo y sus amigos”. Nadie sabe quien lo puso, pocos su significado. Y aunque hay otros, nunca nadie le hace caso: por su cotidianidad.


III De Bastones

Lo que me sorprende de muchos de los seres de ocho dedos es la capacidad que tienen para estar ahogados en su propio llanto, y no darse cuenta de las cosas por no poder ver mas allá de si mismos.

- Es cuestión – le digo a uno que va de paso – de verse en un espejo, y el arte… el arte ayuda.

Como dejar de hablar del arte. Esa forma que tienen los seres de dibujarse a si mismos, ese culto a los errores, esa medio tímido que tanto tiene que decir. Uno de estos días cuando Tonces aún no tenía nombre: en una galería me encontré con una gran pintura de una “Te”. El lienzo y mi rostro eran divididos por una cubierta de vidrio, en la cual me reflejaba. El arte es para que “Te” veas me dije a mi mismo frente a ella.

De los muchos artistas, musiquitos y artemisos, hubo varios especiales. Entre ellos, el llamado Baldomero el Bastonero. Su apodo no es más que por ser él el pintor que mas bastones y muletas ha plasmado. Dice que el que ve que su cuerpo camina puede estar sin moverse, que el que levanta su cabeza puede descansar en una almohada. Puede que los bastones, nuestro cuerpo, nunca dejen de erguir. Veo hacia mi, y me encuentro con minúsculos pies, minúsculas piernas, debe ser la distancia en perspectiva.

He visitado lugares lejanos, he visto trabajos de otros seres y cada vez más me doy cuenta de que la imaginación es el camino mas corto a la verdad y la preocupación, impulsa. Y si impulsa no es por mas que por la intriga que mis ojos recoge . Mirando fijamente un punto frente a mis ojos, descubro la verdadera forma de la jungla: la veo como el tapiz interior de un caparazón ovalada. La veo y la huelo y no me gusta. La jungla es, para los seres de ocho dedos, aterradora. Me monto en Tonces y me olvido de todo.


IV De lego y el nacimiento del Sincornio

Ahora un poco de egoísmo. Un poco de mi mismo y del ismo del sincornio. Buena estrella para muchos, Tonces para mí. Qué sensación de alegría me dio el conocerlo. ¿Qué cómo apareció? Una pregunta que aun no logro responder. Es libre ahora, pasta y corre por ahí. Cabalgo en él y voy junto al viento. Pero el descuido de mi andar desprevenido hace siempre que no vea las huellas que ha dejado. De titanes fue la batalla: las palabras como espadas; y el llanto enemigo, la victoria.

- Cuídalo bien, es muy hermoso – fueron las palabras del mas viejo ser de ocho dedos que conozco. – no lo dejes ir muy lejos mientras dure su amistad, pero tienes que saber que tarde o temprano mostrara sus alas y siempre juntos volaran.

Cuando aprenda a cabalgar en él me voy, luego lo dejaré ir. Lo compartiré con algún que otro planeta. Creyendo siempre de por medio en lo nuestro como empresa.
De Lego les comento lo que traigo. Vive cerca descansando en mi mirada y mis párpados, de almohada de piel suave. Porque a él yo me lo escondo en mis adentros. A veces en otros muchas en mí, por la espalda y otras veces en el codo. No es un hada porque macho me salió. Es un hado bien pesado y habla mucho, me confunde y me irrita, cuando en aires deja libre su alegría. Es mi bien y es mi mal, mi afónica sombra. A veces hablan los legos de otros ochodedísticos. Y se confunden entre sí, se escuchan porque gritan y repiten una y otra vez su misma queja. Cuando habla Lego, yo duermo. Cuando Lego calla puedo descansar.

Recuerdo que hubo tiempos en que Lego con su voz viperina y yo sostuvimos diálogos interminables o terminables siempre en la derrota. Derrota de mi mismo y de mi tiempo. Del comienzo de la vuelta al principio. Nunca avanzo ni envejezco, soy un niño. Algún día te he dejar ir o quizás cambiarte el nombre y vestimenta.


V Del verde de mi lugar favorito

Me dirijo ahora, en Tonces, a mi lugar favorito. Acudo siempre que quiero descansar de Lego. Del agua de mis ojos. Me tranquiliza y me da vida su calor. Con los vientos que pasan por esta verde colina puedo, aprender a escuchar el rumor del mismo. Dejar de soñar soñando que sueño. Viendo el pasto, sentado en mi gran piedra, tan pequeña que no quepo, tan importante que no está. Con Tonces dando vueltas por ahí, viajo solo sin saberme, ni dormido ni despierto, tomando otro camino que el de mi voz.

Me gusta llegar y encender las velas incansables que siempre me importaron y dieron luz a la penumbra. De ellas escribiría ríos de recuerdos y momentos de pasado memorial. Escribiría por ejemplo una disculpa. Disculpa por hacerles, cada vez que yo respiro, voltear su vivir a mí.

De su luz y de sus sombras reflejadas en ese pedazo de caparazón que me cubre en mi piedra azul, diría con tristeza que muchas de mis frases fueros vuestras o que a veces son sus sombras las que digo.

De aquí veo casi toda la mitad de estrellas que se pueden ver desde una colina. Muchas invisibles, que me invento.

- Su brillo es tal – me digo.

Muchas que están y no las veo, otras que quieren estar por verlas mucho, pero que no son mas que opacos brillos de planetas. Hay unas muy hermosas, con su la frecuencia de su intermitencia parecida a mi razón y a mi reflejo. Esas que siempre estuvieron así sea en sueños. Unas fugaces que no son menos importantes por su temporalidad. Hermosas todas, y aunque todas cencelladas, sus puntas afiladas les delatan su intención.

Pero es el verde y siempre el verde, de mi lugar favorito lo que me ha hecho abrir un poco la mirada. Y me ha hecho refugiarme en la idea para esconderme de la mentira.


VI De filósofos

En las afueras lejos de carteles en pantanos, existe un lago. En el cual su superficie, refleja la verdad de quien en él se mire. Los de ocho tienen diez y viceversa, dice la imagen en el lago. Un enigma que los sabios no se quieren responder. Porque hay dos formas de vivir la vida, nosotros no queremos pensar en cómo.


VII Último en el medio

He aquí mi moraleja, esa que no necesitas sacar del libro porque el autor nos la dirá. Nos dirá que el que no calla nunca escucha. Y para callar no hay nada mejor que las palmeras, que el verde de las hojas del nogal seco. Aprender a ver el arte y a verse en él. Y saber que lo que buscas no esta en piedras ni en papel. Lo que buscas es la estrella que no está. Lo que esperas nunca viene sin luchar primero. Y si no eres libre es porque eres esclavo de ti mismo.


VIII De duendes fluorescentes

Y de duendes hablo a veces con los altos nuevededos, ellos mueven su cabeza como perros y me miran sin esperar nada nuevo.

- Cuando cierro mi mirar embelezado veo duendes correteando mis ojos – se me escucha- con largas varas fluorescentes. Las mueven con sus manos hacia los lados, arriba, abajo y yo buscando. Casi siempre me señala y no lo veo. No lo veo por lo intenso de sus luces.

Ellos me miran de reojo y siguen su vuelo desinteresado.

Empero es cierto lo que veo cuando mi cerrar es ley en mi vista oscura. Veo todo lo que nunca quise querer ver y lo que quise. Me abro al mundo en una hipnosis surreal y del absurdo. Así realmente son muchos de mis días.

Amanezco casi nunca con el sol. Salgo y juego con Tonces en su campo y sigo mi camino. Y, cuando a caminar empiezo, suspiro el momento como para saber que sucedió. Como pensarlo antes de dejarlo ir, para tener (puede que hasta sea otro bastón) un refugio del principio. Es que uno nunca sabe en que vereda podemos terminar.

Hay momentos en que el presente es mi camino, y a donde voy es donde guía mi destino que no es eso sino parte de mi mismo y de todos, sobre todo, de mi corazón. Persigo al duende por el mundo entre estratagemas de mis miedos, de esos que probamos siempre que hemos dicho nuestras fobias. Ya desperté hace rato. Y me doy cuenta que me mueren sin siquiera haber salido.


IX De Escapismos

Todos me conocen en mi Falasterio. Me gusta ver la pantalla del cinema frente a mí en las noches matinée. Veo trasparencias con volumen o invisibilidades al cubo entre otras cosas. Se que muchos nos ven de espaldas a ellos con cara en la pantalla. Saben lo que veo, oigo y siento.

Se que debo escapar del Falasterio. Irme lejos a donde nadie me conozca, ni a mi Lego ni a mi Tonces. Irme en él hasta perderme la memoria. Hacia el camino caminando sin parar.

- Sin destino ha de ir, en su sincornio el habitante de ocho dedos. - Me gusta como suena, nada mas lo dije para eso.

Un gran sabio que pasa siempre por las noches, con su Lego disfrazado de habichuelas, me dibujó algo que casi nunca entiendo. Con su mano temblorosa pintó una cruz, y en ella: mis brazos abiertos.

Texto agregado el 12-06-2005, y leído por 615 visitantes. (0 votos)


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