Siempre deshilachándose de amor, vergüenza, duda o cualquier sentimiento, iba por los caminos de la vida sin sufrir. Las gentes lo veían desaparecer su cuerpo de hebras, largas y cortas hebras. Cualquier pisada, cualquier viento de verano, cualquier enredo en el pasar, hacían que una parte de su cuerpo dejara de pertenecerle y quedara olvidado por algún lugar de los caminos transitados. Las gentes lo miraban con cuidado, lo rozaban con delicadeza, asustados de desaparecerlo de inmediato, era mejor de a poquito a poco, era un poco más sutil. Su cuerpo de lana en realidad sólo deshilachaba sentimientos y ellos se los quitaban de a poco, el amor ya no se entrecruzaba en su corazón, el placer no se trenzaba en su sexo, la vergüenza no se enredaba en su cuerpo, ya ni le quedaban sentimientos, su cuerpo ya no era tan visible como antes, le quedaba a decir verdad, sólo uno: la impotencia, era el último que le podían arrebatar para dejarlo sin existencia, nadie lo quería, era un sentimiento poco deseado entre los sentimientos. Así que su cuerpo, ya ahora de una hebra vagó por los caminos, impotente de no poder morir.

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