Nunca había sentido tanto amor por alguien, cada vez que pesaba en él, en sus besos, en sus caricias, en sus palabras una sensación nunca antes experimentada le recorría el cuerpo. Ese día caminaba sola por la calle, como tantas otras veces en que debía acudir a su departamento a escondidas para que nadie lo supiera o siquiera sospechara de esta relación en que el amor había traspasado fronteras. Era verdad, su madre la golpearía y la expulsaría de casa si lo supiera y su padre, ni hablar. Por parte de él sería tachado como un maquiavélico enamora niñas y, por ningún caso, se les vería como normales, como dos personas que a pesar de su diferencia de edad se aman profundamente. Una lágrima recorrió su mejilla y se confundió con una serie de gotas de la lluvia que atestaba la ciudad. Tocó el timbre, él salió a abrirle y ella se abalanzó sobre su cuerpo en un abrazo fuerte y dolido. Lo soltó, lo miró a los ojos y le dijo: “todo debe saberse, llevo en mi vientre un hijo tuyo”