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No es que tenga mucho que decir, es sólo que me bajaron las ganas de empezar con esas historias que creo no tienen final y que sirven siempre para salir sintiendo cosas sueltas y que son innombrables. Como comunicado, carta, algo así. O por el simple hecho de relajar los tendones de la mano y dedicarse a recordar cosas que parece fueran ciertas. Como los bosques épicos de Mononoke Hime (la película que vimos ayer, pero inconclusa). Te contaré que ando con un afán casi infinito por los recuerdos y andar repitiendo "les retrouvailles" a cada rato. Y me asomo por la ventana a oler la lluvia pensando "les retrouvailles, les retrouvailles" y luego bajo, me siento a escribir algo y mentalmente está el rezo "les retrouvailles, les retrouvailles" y el sonido es como arpegio. Y después de tanto repetir empieza la duda de si es que significa algo, o es hora ya de que empiece a dedicarle tiempo a lo que se supone es lo importante, pero justo antes de llegar a conclusiones racionales me asalta ya de la nada, ya del todo, "les retrouvailles, les retrouvailles" y me pongo a pensar en tus ocho ojos, como de mosca. Y al mismo tiempo en que pasan estas cosas se larga a llover más fuerte aun, y entonces descubro que es una extraña conexión mágica la que les retrouvailles porta consigo. Pero me confundo. Pero me gusta. Porque si tuviera todo claro entonces nada tendría emoción. Si supiera por ejemplo, que mañana es domingo y que durante todo el día lloverá, ¿que gusto le quedaría al susodicho? Ninguno, estás muy veloz hoy. Casi diría que las dosis de Actebral funcionan a las mil maravillas. Pero no... debe ser que yo te soplo con un cartelito que tengo en el brazo izquierdo y que dice: "les retrouvailles" y que te hace pensar en todo esto (porque pensar en todo esto y en les retrouvailles lleva a saber todas las cosas del universo). O dices Loin des Villes y te confundes, porque Loin des Villes es una canción hecha para que te confundas, yo lo descubrí pero guardé esa clave, excitado por pensar que tenía idea sobre algo que se me antojaba tan importante como el sentido de la vida. Y de eso me vienen dos conclusiones. 1. Que yo estoy loco y asocio las cosas por un sentido meramente, no sé, ergonómico o 2. Que de verdad el sentido de la vida sea lo que oculta Loin des Villes en sus escasos minutos de duración. O bien que decir "les retrouvailles, les retrouvailles" es ciertamente todo lo que no te puedo decir porque no me da el tiempo o la lengua se me hace breve, o que esa hoja media volátil que se camufla con el día es realmente un escrito de los más difíciles de entender por más simples que sean de llevar debajo de la bufanda negra. Yo no sé, no estoy capacitado para hablar de estas cosas, no al menos desde un ángulo aceptable, porque de improviso me pongo a pensar, por ejemplo, en tus ojos y todo se me desvanece, porque pensar en tus ojos es desvanecerme, es caminar, repetir la frase, escuchar La Veillée, decir ya serio que el objetivo del universo son tres violines y una armónica plateada con bandas rojas en un lado. Y tú bailas un vals en el espacio. Un solo de violines con una armónica microscópica. No me queda más resolución que repetir "les retrouvailles, les retrouvailles" y mirar, ojos de gorrión, cómo los agujeros negros se distancian de nosotros para vivir por fin en paz con el tiempo. O la tiempo. La tiempo niña. La tiempo niña que se fuga. Plus d'hiver. Plus d'hiver. Y de repente se forma un silencio entre los dos, pero no por incomodidad o porque alguna tangente de luz de Aldebarán se difracte en las pupilas, sino más bien porque nos decimos telepáticamente que no nos decimos nada, y que al fin, sabemos. Y el saber, que es como ambrosía, miel, o leche de vainilla, se siente dulce entre la garganta y el tórax, y se siente dulce entre los ojos y los cercos, y dulce entre lo amargo y lo espinoso. Y no decimos nada y nos dejamos arrastrar por un tifón derivado de un choque de nebulosas a la altura del cinturón de Orión. Y se te vuela el pelo de una forma extraña, porque es como si se te volara hacia adentro y afuera a la vez, como fuego. Y es para la risa, creemos los dos telepáticamente, porque el silencio sigue. Y sigue. Y uno hasta casi dice que el silencio se pone majadero, pero como sabe dulce, no lo cuestionamos mayormente, porque lo que encontramos dulce nos gusta, así como a mí el tifón estelar, que para esta altura ya es un remolino de proporciones apocalípticas que succiona mundos y hasta galaxias enteras (se cuentan entre ellas a La pequeña nube de Magallanes, La vía láctea, La gran nube de Magallanes y a Andrómeda, por citar las más conocidas). Pero, igual que antes, ni un bicho ruido perturba el pacífico girar entre las realidades salidas cuentos y Le Matin, y es un tifón callado. Y a mí se me ocurre que es como volar tirado en una nube. Pero tú me dices que no, y que no me ponga imaginario, que ya está bueno con todo lo dicho (o pensado, dado lo telepática de la situación), pero yo no te pesco, y te transmito un secreto indescifrable que si tuvieras que definir con algo material tendrías que aludir obligatoriamente a las nubes, la neblina, la lluvia, el viento o las hojas resecas, entre otros dogmas -dentro de los que incluyo a las armónicas, ojos y flautas dulces, y ésta historia-. |
Texto agregado el 12-06-2005, y leído por 313 visitantes. (0 votos)
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