Y el despertador suena a una hora absurda, cuando seguramente soñaba yo con, no se, cualquier cosa, la cafetera tiene ya café fresco, no sé porque, pues llevo semanas probando del instantáneo, no encuentro mis pantuflas, y el suelo está más frío que un berraco, ¡carajo!, todo está tan oscuro y callado que ni mi sombra veo, lo único que oigo es el reloj que por más que intento no deja de sonar, la radio está muerta y el agua se niega a salir de las llaves. El despertador trata de enloquecerme, hasta que....
Se calla.
Ahora suena es el teléfono.
- Buenas.
- ¿Quién es?
- Soy yo.
- Si, cierto, eso lo aclara todo. ¡¿Quién es?!
- La pregunta sobra, soy yo.
Juan (el gato), desaparece, no tengo servicio publico alguno en funcionamiento y un idiota al teléfono no deja de llamarme... y no sé donde termina el cable, necesito desconectar, si solo dejo descolgado sigo escuchando su voz que repite ‘soy yo’....
- Quiero que vengas.
- ¿A dónde?
- Aquí.
- ¿A qué?
- Eso ya lo sabes.
- Claro. Es obvio. Podría saber al menos, por favor, ¿quién carajos sos?
- Soy yo.
- ¡Por Dios!, ¡quiere dejar de j...!
- No hasta que vengas, claro.
Este imbécil me está enloqueciendo, y nada que llego a la toma del teléfono, quizás no debí dejarla tras la biblioteca. Quizás nunca debí tener un teléfono.
- ¿Cómo llego?
- Siempre lo has sabido.
- ¿Quiere que llegue, si o no?
- Puedes comenzar buscando a Juan.
Juan no está en casa. Lo llamo, pero es inútil. De estar aquí, velaría mi absurdo insomnio. No está aquí, y es un hecho. Tendré que buscarlo afuera.
¡¡¡JUAAAAAAAAN!!!
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