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Había jugado cartas con Margara toda la noche; y sabía muy bien que la gorda blanquiñosa quería como sea que le diera un beso, de esos que se ven en las películas, con lengua, como hacen los adultos, pero ¡NO!, una de las ultimas cosas que podía pasar por mi cabeza sería besarla de esa manera, solo era un niño de trece años.

Se moría por mí, lo sé. Lo veía en sus ojos verdes mientras dentro de su retorcida cabeza deseaba que pierda la mano y mandarme un castigo, porque así es como jugábamos a las cartas, quien perdía la mano de naipes recibía un castigo. En realidad no era fea, solo gorda y mirando su anatomía me preguntaba como serían sus tetas, las que le habían crecido de un momento a otro quizá por la obesidad.

Una tarde jugando con los grifos para incendios se le mojó todo el pecho, traía una camiseta blanca y el agua - preciosa agua- actuó como si fuera un disolvente textil permitiendo mostrar sus pezoncitos rosados y en puntita, era la primera vez que los veía. Usaba pantaloncitos cortos color celeste pastel, a la altura del muslo para mostrar que se depilaba las piernas. Me preguntaba también como sería su cosita, ¿Llena de pelitos rubios y enroscaditos como los de su cabeza?, hasta que un día lo dijo inocentemente a voz en cuello, “Yo me depilo los vellos púbicos porque no quiero que me salgan, quiero seguir siendo peladita”, las risas de los demás amigos y amigas la avergonzaron hasta el rubor, mientras un morbo crepitante nació dentro mío por querer verla - “peladita”.

Perdí la mano de cartas, como castigo me pidió un beso, me negué, “Que sea solo un piquito”, me dijo, “bueno pues” y pegué mis labios a los suyos, sentí nausea por un momento pero a la vez algo se movió dentro mío, una especie de malevolencia que me pedía más y más, perdí la siguiente ronda (tal vez a propòsito), y los piquitos se fueron haciendo más húmedos. Decidimos que lo mejor sería jugar en otro lado porque en la casa estaba su hermano mayor y la empleada que podían vernos en cualquier momento.

Salimos a la calle riendo, ella se movía como una ballena en su acuario, agilita. Me dijo que conocía un lugar secreto. Nos metimos por algunas calles hasta llegar a lo que parecía el jardín abandonado y seco de una antigua fábrica de zapatos, nos metimos en la oscuridad de las sombras a través de una reja metálica asegurándonos que nadie venía, caminamos con cuidado entre el pasto marchito lleno de basura hasta llegar a un pasadizo con una puerta clausurada al extremo; y allí, con sus enormes brazos me arrinconó para besarme. Era inexperta porque lo hacía como un San Bernardo, trataba de seguirle el ritmo y lo único que lograba era llenarme de baba la cara. Mis manos buscaron sus pechos y cuando sintió que la tocaba se detuvo, “¿Qué haces?”, me preguntó, no respondí, con la cara partida por una sonrisa demoníaca puse ambas manos en sus enormes tetas y las removí como si fueran dos esponjas, se sentía delicioso, continué besándola por todos lados imitando a Michael Douglas con Glenn Close en la película Atracción Fatal, levanté su camiseta blanca y bajé su sostén, allí estaban, tal como lo había ideado ciento de veces, como queriendo escapar de su tórax producto de la gravedad sus enormes tetas con diminutos pezones rosados y erectos se mostraban como un festín, los acaricié un momento, luego los besé, bajé mi mano hasta tocar entre sus piernas, sentí un bulto, “Estoy con el mes”, dijo con la cabeza baja; y como un hálito de fuego mi excitación se partió en dos, se quebró y se fundió en el suelo inerte.

Mi respiración estaba acelerada, mientras me limpiaba nuestras salivas mezcladas en mi cara, ella se reía, sintiéndose lograda, su primer beso apasionado casi se vuelve su primera experiencia sexual, di media vuelta y caminé entre el pasto seco, ella con sus profundas pisadas me seguía callada, no hablamos nada en todo el camino. Cuando llegamos a su casa entró sin despedirse, ni siquiera la mire pero intuí que una risa de sarcasmo se dibujaba entre sus cachetes. Seguí de largo hasta mí casa, abrí la puerta y subí a mi cuarto pensando en que tal vez la única oportunidad de comprobar que se depilaba los pendejos se había ido esa noche, la ultima y única noche. Miré por la ventana echado en mi cama, desde allí se veía su habitación, estaba con las cortinas cerradas pero la luz encendida, seguramente con insomnio, pensando en lo que pasó y con miedo de que no vuelva a repetirse nunca más, pero solo era el temor de dos niños de trece años, cuando juegan una mano de naipes.

Texto agregado el 11-06-2005, y leído por 238 visitantes. (7 votos)


Lectores Opinan
20-06-2005 Este cuento es ideal, te traslada a esa épocade una infancia, nada que ver con la de hoy día y que desde luego se prendía cosas curiosas, en el juego de naipes, en el juego de las prendas o en el de las cerillas.Al fin y alcabo todos tenían como fin el mismo castigo y experiencia entre adolecentes. De veras, muy requetebueno.ME GUSTÓ. luciernagasonambula
18-06-2005 encuentro genial ese paseo por nuestro inicio a la pubertad, donde nuestro cerebro solo funciona de la cintura hacia abajo. Herv
14-06-2005 juego de manos es de villanos; y benditas sean las tetas de pezón hospitalario... --vIncHO--
13-06-2005 Estupendo relato, describe muy bien lo que nos ha pasado por la cabeza a todos a esas edades. Lujuria candida de la niñez. Enhorabuena Alejandro_1007
12-06-2005 cuento, rayando la pornografia...pero con mensaje escondido en el mismo...que te desvela la mente infantil ..y te retrotae a los años adolecentes...mis felicitaciones...***** kasiquenoquiero
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