Domingo, hace frío. Son las 10h de la mañana y los niños todavía duermen.
Estoy en el comedor y me he dispuesto a ordenar unas fotografías antiguas. A medida que las veo, voy recordando. Noto, como la expresión de mi cara va cambiando. Me detengo especialmente en una…

El tío Josep, era un personaje sin muchos escrúpulos. Tenia su carrera de abogado terminada y vivía en el paseo de Gracia de la Ciudad de Barcelona, de eso, hace muchos años.
Fue a principios de los años cincuenta cuando hizo una de sus muchas inversiones comprando un viejo caserón en un pueblecito de la costa. Le pidió a Don Isidro del Pozo, compañero y amigo, que le hiciera el proyecto de reforma. Sí el tío Josep tenia pocos escrúpulos, Don Isidro del Pozo tenia menos.
Josep Godoy y su mujer, vieron los planos y a pesar de no saber interpretarlos del todo, lo que entendían les gusto. Confiaban en Don Isidro.
Las obras empezaron en el mes de Marzo del año 1958. Los albañiles y demás empleados, destrozaron unas vueltas que había en la bodega del caserón. Unas vueltas que tenían, al menos, doscientos años. (¡Que barbaridad!) Cuando los Godoy vieron el desastre ya era demasiado tarde y no se podía hacer nada para apaciguar la destroza. No se podía reclamar. Se había hecho lo que ponía en los planos. Decoraron la casa y la amueblaron con todas las comodidades. El pueblo no disponía de electricidad ni de agua directa y sus habitantes, poco a poco lo habían abandonado, trasladándose a los pueblos cercanos, en busca de trabajos dedicados al comercio y al turismo. Abandonaron viñas y olivares, tierras en donde sus antepasados habían labrado, montañas que los habían alimentado y resguardado de piratas e invasores. Abandonaron las casas donde sus abuelos se libraron de epidemias y gracias a ellos y ellas, los que abandonaron el pueblo, existían.
Los Godoy y los Del Pozo, no eran del pueblo. Ellos llegaron con sus coches y reformaron viejos caserones impregnados de historia. Aprovecharon terrenos donde se había cultivado e hicieron jardines. Ampliaron caminos y abrieron de nuevos, cambiando paisajes y destruyendo viejos bancales donde se habían dejado la vida, más de un campesino.
Los Godoy, después de las reformas del caserón y demás paisaje, al no conseguir plenamente las comodidades y con la triste y misteriosa desaparición del hijo pequeño de los Del Pozo, decidieron cerrar la casa y trasladarse a otro lugar.
Uno de los sobrinos de los Godoy, mi padre, un verano de hace 37 años, le pidió la casa. Mis padres, quedaron maravillados y un par de años más tarde decidieron comprarla.
Ya en ese tiempo, había llegado la electricidad al pueblo, así que mis padres decidieron hacer reformas para tal fin y aprovechando, tiraron algún que otro tabique para que la vieja piedra de la casa viera la luz. Arreglaron la humedad que le producía el desagüe de su vecina, y modificaron la vieja instalación del agua. Ese día, estábamos jugando en el terreno que teníamos al lado de la casa. El terreno, estaba lleno de olivos centenarios, amplios y huecos, de ramas robustas y duras. Era una tarde calurosa de verano. Habíamos terminado la escuela y mis hermanos y yo estábamos rebosantes de alegría. Nos inventábamos historias de piratas, y hacíamos nuestros refugios, en las ramas fuertes de los olivos. Un grito nos puso a los cuatro en alerta. Bajamos de nuestros refugios, olvidándonos de los piratas. Llegamos a casa y la Sra. Remei, amiga y vecina, nos llevo con ella a merendar. Nos dio, como a la antigua usanza, pan con aceite y azúcar y nos contó relatos de piratas buenos y conquistadores malos. Estuvimos bastante rato con la vecina y cuando llegamos a casa, estaba la policía, mi madre estaba sentada y lloraba. Mi padre le pidió a la Sra. Remei, si podía estar por nosotros aquella noche.
A la mañana siguiente fuimos a la playa con la Sra. Remei y pasamos allí el día. Oíamos como los mayores hablaban de algo que había pasado, pero nosotros, nos dedicamos a jugar con las colchonetas, y la pelota en el agua, aprovechamos para hacer murallas con las piedras y seguir inventando historias; esas, eran medievales.
Unos días más tarde, oímos las campanas de la vieja y pequeña iglesia. Fuimos corriendo y con mucha curiosidad. La iglesia siempre estaba cerrada. Todo el pueblo estaba allí, unos chismorreaban otros lloraban. Entramos dentro. Era pequeña, oscura y fría. Nos fuimos.
A mitad de ese verano, los hijos de Doña Clara del Pozo, vinieron a despedirse. Regresaban a Madrid. Nos dijeron que su madre se encontraba mal. Nos quedamos un poco tristes. Les dijimos adiós con las manos hasta que el coche desapareció. Esa fue la ultima vez que los vimos.
Con el paso de los años, mis hermanos y yo, nos enteramos que en nuestra casa, ese día, se había encontrado el cadáver del hijo pequeño de los Del Pozo. Lo encontraron en el hueco que había entre el antiguo suelo y la nueva pared, debajo de una vieja manta, como dormido. Nos contaron, que ese niño, padecía una enfermedad mental y el padre, cuando se entero, sufrió diversos ataques y entro en un estado de depresión.
El niño murió por ingestión de tranquilizantes. Según cuentan, Don Isidro, le dio los tranquilizantes al niño, y cuando estuvo dormido se lo llevo a la casa de los Godoy, la cual conocía perfectamente, ya que él, era el arquitecto.
Antes de que los Godoy se trasladaran, el padre, fue internado en un centro por depresión e intento de suicidio. Los Godoy fueron a visitarlo en varias ocasiones.
Nosotros, nunca llegamos a conocer a Don Isidro del Pozo y cuando mi padre le contó a sus tíos, los Godoy, lo que había pasado, la amistad se rompió. Hasta donde yo sé, nunca más volvieron a verse.