Eran las tres de la tarde de un día de verano completamente despejado, de esos días que no tienen mayor complicación ni mayores cuestionamientos; el día sólo era eso: un día.
José entró al bar “Un trago más...” tranquilo y sonriente; relajado y confiado. Se sentó en una mesa y pidió una cerveza. No tenía otro fin que relajarse y pasar un poco el calor. Mientras bebía su cerveza sacó de su bolsillo una carta de una amiga de la infancia, que le gustaba mucho leer porque le traía muchos recuerdos bellos, pero inmensamente tristes de una época de su vida en que fue muy feliz. Pero a medida que pasaba el tiempo, José se daba cuenta de que cada vez que leía la carta, le producía menos pena y pasaba a un sentimiento de nostalgia que, a su vez, era cada vez más bella y tranquila; paciente. Una enorme paz lo invadió, como una sábana liviana que caía sobre sus hombros y lo llenaba de luz. Justo en ese momento por la puerta del bar entró Sofía; una mujer blanca con una cara dulce y un confiado y decidido caminar, como el caminar del viento que acaricia los árboles, pero que a veces también los saca de raíz.
Sofía se sentó en la barra y pidió un café, con bailys, y mientras esperaba el café, sacó de su bolso un libro: “El sueño del ángel está por venir”. Le llevan el café, enciende un cigarrillo, fuma una vez, toma la taza, bebe un sorbo, se arregla el pelo, mira a su alrededor y se detiene en José por alguna razón, pero gira rápidamente la vista y se pregunta por qué se habrá detenido en él si no tenía nada que ver con su tipo de hombre. Lo mira nuevamente y él levanta la vista y la mira a los ojos, ya la había visto entrar, pero se había olvidado de ella. Los dos giran la vista. Ya no se miran. Sofía se para, apaga el cigarrillo, mira el café, toma un sorbo, (queda más de la mitad) y camina tranquilamente hacia José sin quitarle la vista. José se pone ansioso y echa a volar siete sueños. Y cuando faltaban tres pasos para que Sofía llegara hacia él; ya había cumplido cuatro. Sofía lo toma de la cara y él la besa en la boca y la pone sobre él. Beso largo. Mucho amor. Beso más largo. Mucha pasión. José le desabrocha la blusa, Sofía le saca la mano. José la desnuda. Nadie mira. Sofía y José hacen el amor. Durante aquello, nadie los mira. Sofía le dice “Basta”; José la toma de la cintura y Sofía le dice “basta” y José la besa. Sofía lo besa. Sofía le dice “basta” y José se enoja y la toma de la cabeza y la besa. Sofía lo besa. Sofía dice “¡basta ya, ahora!” y José no puede creer que su mirada decía realmente basta. Sofía se comienza a abotonar la blusa. Cuando se comienza a abotonar el primer botón, recién los miran a los dos, cuatro personas. Cuando va en la mitad; los miran diez personas. Cuando se abotona toda la blusa; los miran todo el bar y algunas personas que pasaban fuera. Sofía lo mira con ternura y se va. José está sorprendido y llora viendo irse las flores; las hamacas; las lluvias; los niños; las chimeneas; las piedras; los puentes; los niños; los puentes; los niños; los puentes. Sofía camina hasta la puerta y José le grita: “¡Por favor mírame una vez!” y Sofía da vuelta la cara y lo mira con ternura. José ve rencor. Sofía siente rencor. Sofía se va y José se queda en el bar y descubre sobre la mesa una pulsera que se le cayó a Sofía y la huele. Siente un dolor tan profundo que lo ahoga de tal manera que necesita salir del bar a respirar. Camina largo rato y se calma bastante, pero huele la pulsera de Sofía y llora con mucha nostalgia. Camina otro rato y ya está muy tranquilo. Se sienta en la banca de una plaza y se relaja para pensar un poco y enciende un cigarrillo. De repente de una casa enfrente sale un hombre y detrás sale Sofía. Lo toma de la mano y se van caminando. José se sorprende pero no le importa. Se para y le grita a Sofía “¡Sofía; mírame!”. Sofía lo mira suavemente. No siente rencor. José está muy tranquilo. Sofía está muy tranquila. José la ama, pero se va. Antes, le tira cuatro sueños, y se guarda tres.
|