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La expresión del duende






A
un recuerdo ese duende que existe desde tiempos pretéritos que cada vez que escucho esa música me acuerdo de él. Era cuando mi infancia era cuidada por mi abuelo que ahora no sé donde este…quizá allá con los ángeles. Mi abuelo don Viktor el cuentista para niños, aquel escritor de hadas.
Como decía, aun recuerdo ese día perpetuo en que el duende me hizo dudar que los cuentos de mi abuelo fueran sólo fantasías.
Fue una noche nefasta que parecía fenecer con el fuerte frío que barría en las callejas. Yo permanecía en mi aposento, estaba recostado en la cama en unas altas horas de la noche, ya que no podía dormir por la vasta oscuridad que me tenia amedrentado, volteaba de un lado a otro y mi miedo jugaba conmigo: tenia falsas percepciones de sombras de personas que rodeaban la cama, de voces que susurraban en mis oídos. Así que empecé a gritarle a mi abuelo con voz trémula que viniera acompañarme porque tenia miedo estar solo en el aposento oscuro y al escuchar ruidos lejanos en el armario. Mis primeros gritos no llegaron a los oídos de él, pero cuando grité con más fuerza sí. Por el silencio fatal que había, escuchaba como mi abuelo con gran esfuerzo se levantaba de la cama, se escuchaban sus quejidos y los estridentes de la cama decrépita. Por la rendija de la puerta fastuosa de mi cuarto pude percibir que encendió las velas—se miraba una débil luz en una oscuridad tan vasta—, con las cuales mi abuelo se aproximó a mi cuarto. Al entrar, de su cintura para arriba se miraba refulgente por la luz de las velas: su pantalón oscuro, su camisa blanca en la cual se proyectaba la luz que subía hasta la cabeza, de la fisonomía resaltaba la expresión del tiempo con las arrugas y su mirada trémula que la cobijaba sus cejijuntas grises, en su cabeza su cabello lacio y gris.
En la mano derecha traía el candelabro con las dos velas y en la mano izquierda unas hojas. Con su caminar lento se aproximó al armario que esta a mi derecha y dejó arriba de él las dos velas y luego se dirigió a mí, me ofreció su mano arrugada en la cual traía las hojas y luego me dijo en su somnolencia “aquí tienes este cuento de hadas, léelo y quizá así podrás dormir tranquilo”. Agarré las hojas y leí el nombre del cuento la hada que se enamoró de la noche. Cuando agarré las hojas mi abuelo lentamente se salió, cerró la puerta fastuosa y se fue a dormir. Cuando se acostaba, de nuevo se escuchó sus quejidos y los estridentes de la vieja cama.
Quedé solo de nuevo y empecé a leer su cuento suntuoso, iba apenas en el principio cuando escuché un fragor en mi armario, empezaba por un chillido que apenas escuchaba e iba aumentando hasta que se hacía un ruido insoportable, era algo casi inefable pues no sabía que era y al escuchar no lo quería saber. Al parecer mi abuelo no escuchó este prodigio pues en la mañana en el desayuno no comentó nada.
Ami me parecía que mi abuelo sabía lo que pasaba, pues en su rostro se delataba un artificio cuando le cuestionaba que si él nunca había escuchado algún ruido ignoto en mi armario.
En la siguiente noche cuando iba a dormir, coloqué una vela a un lado de mí, para cuando se escuchase ese ruido ignoto la encendiera y buscar respuestas a mi curiosidad. Mi decepción fue que esa noche no se quisieron expresar los seres del averno. Esperaba curiosamente recostado en la cama, estaba tapado con la cobija hasta la cabeza, pues a pesar de mi curiosidad tenia algo de miedo.
Me cuestionaba qué pasaba, por qué unos días se escuchaba ese ruido de los arcanos y otros días no, y qué era lo que lo provocaba.
En la mañana, una vez más le cuestioné a mi abuelo que sí algún día había escuchado un ruido anómalo; él era algo abstruso pues su voz me decía que nunca lo había escuchado pero su fisonomía me decía que sí.
Así que decidí olvidar todo y empezaba a creer que sólo fue una ilusión causada por mi miedo, pues la noche pasada no se escuchó nada y suponía que esta noche también no pasaría. Decidí continuar con la lectura del cuento de mi abuelo, y poco a poco me fui relajando y entrando al cuento hasta que terminé de leerlo.
Ya empezaba la media noche y nada de ese ruido. Miraba para todos lados hasta que fui quedando dormido.
Ya tenia tres noches sin escuchar nada en el armario, y ya creía que sólo había sido víctima de mi miedo y de ilusiones.
Pero pronto tendría respuestas, fue en otra gélida noche cuando de nuevo se escuchó ese chirriante ruido, fue entonces cuando agarré la vela que conservaba desde aquella noche que quise saber que es lo que había detrás de ese ruido estridente y arcano. Me levanté de la cama con respingo e inmediatamente encendí la vela, me aproximé lentamente y temeroso al armario mientras seguía ese ruido que aumentaba cada vez más que me acercaba, era como si siguiera el mismo derrotero que yo. Ya enfrente, abrí las puertas con frenesí, solamente estaba mi ropa, pero luego que la removí percibí un túnel que llevaba a no sé donde, parecía que no tenía fin como algo inconmensurable y como si no existiese fulgor alguno en él, se alcanzaban a ver paredes vetustas y cada vez que gritaba hacia dentro de él se me regresaba con eco. Solamente podía observar eso, ya que con la luz tan débil de la vela no podía ver nada más. Así que decidí esperar mañana para ver que había dentro. Me fui acostar para esperar impaciente que amaneciera para calmar mi curiosidad.
Al abrir los ojos y ver la dilucidación del firmamento, inmediatamente me levante y me dirigí al armario, abrí las puertas con una tremenda curiosidad, pero vaya sorpresa no había nada de túnel, había desaparecido. Era como si yo lo hubiese imaginado la noche pasada, y al saber que ahora no lo miraba quedé amedrentado y tácito.
Empezaba a olvidar el cuento de mi abuelo (la hada que se enamoró de la noche) ya tenía tanto miedo que se llagara la noche, y no le quería comentar nada a mi abuelo porque quizá empezaría a dudar de mi estado de salud.
En el firmamento ya salían las estrellas, pero yo temeroso no quería que salieran, tenia miedo de la noche como algo fastuoso que se convierte en horror.
Era ese túnel que me había causado dicho terror, y no lo podía evitar.
Por fin era hora de dormir, mi abuelo abrumado ya se iba a su cama despidiéndose con un “buenas noches”, y yo quedaba solo en la sala sin querer ir a dormir pero tenia que hacerlo ya que me empezaba a dar sueño.
Estaba casi dormido cuando el ruido ignoto me quitó el sueño, aumentaba con gran frenesí, y yo enredado por el miedo. No sabia que hacer, solo temblaba y sudaba en mi cama cubierto con la cobija hasta mi cabeza, estaba apunto de gritarle a mi abuelo cuando sentí que algo subía sobre la cama y de súbito una voz adulta y ronca me dijo “no temáis pequeño, acaso no creéis en los cuentos de hadas, descúbrete y mírame, sé que tienes curiosidad de saber que hay en mi mundo, de que hay detrás de ese túnel tan vasto, nefasto y turbio”. Sentí un poco de confianza al escuchar sus palabras, y poco a poco me fui descubriendo. Al mirar enfrente, allí estaba esa horrible criatura sobre mi cama: pequeño como de 30 cm de altura, con un ropaje sucio, viejo y policromo, su rostro cadavérico en el cual tenia una enorme sonrisa, su mirada con un brillo tan grande, su nariz puntiaguda al igual que sus orejas, también sus manos eran cadavéricas de las cuales salían unas enormes uñas, y traía una especie de flauta con la que provocaba ese sonido chirriante que quizá para él era música. Al mirarlo bien me dio un gran miedo, sentí que moría de tan grande susto, pero él me enseñó que detrás de esa horrible imagen podía encontrar algo tan suntuoso, “no temáis, tu abuelo también se asustó al verme hace años, pero él no quiso ver lo que hay detrás de ese túnel, ¿tú queréis venir…?, anda… venid, venid”, él me decía con su enorme sonrisa en su fisonomía, pero por su gran insistencia no quise ir, me amedrentó y le dije que se fuera, él con frenesí me tomó de la mano y quiso llevarme, pero sin entenderlo cambio su conducta, se volvió sensible, al parecer era una criatura que expresaba una crueldad y a la vez intentaba mostrar una gran flacidez. Él seguía insistiendo en quererme llevar a no sé donde, pero cómo podía ir, si el túnel en el día no se ve, desaparece, quedaría atrapado en ese lugar hasta la siguiente noche si me dejara salir esa horrible criatura. Le cuestionaba a la criatura qué es lo que quería compartir, y él me decía “sólo compartir lo que hay allí y nada más, acaso no queréis entender”.
El duende se sintió desestimado y se fue hacia su túnel en el que sólo se puede entrar en cuclillas, se fue tocando su música ominosa.
Yo no podía vencer el miedo y hasta ahora de viejo no lo he vencido. Sigo escuchando esa música del duende por las noches, y sigo sin saber que hay en ese túnel tan vasto, y creo que nunca lo sabré.
Al parecer el duende sigue buscando a alguien con quien compartir su soledad en aquel mundo que quizá es tan oscuro que el mismo duende teme estar allí.
—abuelo, abuelo ¿qué haces allí solo en la oscuridad?—cuestionó su nieta, al entrar alegremente al aposento de su abuelo.
—hija, sólo recuerdo mi infancia. ¡Oye! … ¿acaso tú nunca has escuchado una música ominosa en las noches…?—cuestionó el anciano a su nieta.
Eliseo Guillén—6 de agosto del 2004









Texto agregado el 09-06-2005, y leído por 429 visitantes. (0 votos)


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