Su caminar es encorvado, carga el traje de paño como un gancho oxidado. Son las 6:14 minutos de la mañana, cruza el portal de su casa, cierra la puerta y toma rumbo al sur, ya son 20 años, 4 meses y 3 días repitiendo la misma rutina de lunes a viernes.
En la esquina, finalizando la cuadra está la vieja de los tintos, la hija de la fundadora del negocio, nunca la ha saludado aunque a diario cruzan sus miradas, alrededor de la “dama” los mismos cuatro clientes comprando tinto y flirteándole . Avanza con paso ligero y encuentra la avenida.
De pie en el andén de la avenida ve venir al anciano mal oliente de siempre que pasa por su lado sin determinarlo, es un celador en algún lugar cercano, qué puede proteger este anciano decrepito se dice todos los días. Ya son las 6:21 y observa a los gallinazos, reyes de los cielos capitalinos, verlo desde los postes del alumbrado público con interés, tal vez un interés dietético. Son las 6.25 y pasa por su lado el indigente drogado que sale a diario de las alcantarillas cercanas desde hace un año aproximadamente, con un ademán el indigente lo saluda pero él es indiferente ante su existencia. Son las 6.27 y a los lejos ya se ve venir el 505, la ruta que los últimos veinte años lo ha conducido a su trabajo... en este momento parece que algo fuera a cambiar en su aletargada rutina, lo puede sentir, puede experimentarlo en su carne... por fin todo cambiará.
6:29 AM, llega el 505 y nada cambió.
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