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Nunca antes me había sentido como una prostituta. Cuando sonó el portazo, me di cuenta que Lucía me había utilizado. En un instante lo vi todo muy claro. Finalmente, había entendido el por qué todas esas chicas me habían reclamado, al borde de la histeria, el haberme ido sin darles un abrazo de despedida. “Ni siquiera esperaste cinco minutos”, me dijo una vez Ana María. “Ni te dignaste a conversar un rato”, alegó Laura. “Lo único que querías era acostarte conmigo”, era la apelación más común de aquellas féminas que pasaron a la historia después de una noche. Y me sentí tan asqueado cuando Lucía se fue sin darme si quiera un beso, sin agradecerme por una sesión de maravillosos sudores y aromas combatientes, sin la sonrisa del cazador con su presa en la mano, sin un vulgar “te quiero”, al menos para disimular. Y más asqueado aún por lo mucho que me había dolido su desaire. Una sensación desconocida hasta ese momento en el que por dormitar los cinco minutos reglamentarios, ella desapareció sin mayores explicaciones. Lucía, chica fugaz y punzante que todavía danza con mis fantasmas antes de dormir. Lucía, mujer fácil de desnudar. Lucía, animalito inolvidable que se coló entre mis sábanas para despojarme de cualquier síntoma de tranquilidad. Lucía, oscuro recuerdo, frustración indeleble, anécdota amarga.

La seguí esperando cada viernes en aquel bar de medio peso por cerveza. Siluetas anónimas que se volvieron familiares. Humo de cigarrillo haciendo millones de figurines. Me convertí en el mejor cliente del año, por aquello de la fidelidad. De vez en cuando, alguna tipa se iba conmigo de regreso a casa. Sexo de sabor invariable que me aburría. “¿Me vas a llamar mañana?” y yo sólo asentaba con la cabeza mientras evocaba a aquella infeliz que había convertido en utopía cada pizca de felicidad. Fueron muchas las Ana Marías y las Lauras, pero ninguna Lucía era capaz de aparecer. El dueño del bar se convirtió en mi confidente. Un tipejo con cara de hippie y grandes problemas de drogadicción. Cuando estaba lúcido, solía darme buenos consejos. “A mi hermano le pasó algo parecido”, me contó una vez. En ese mismo bar de mierda le había confiado su última migaja de dignidad a una chica que después del orgasmo se esfumó. Y pasó meses, al igual que yo, esperando por ella. Tal vez es una especie de club feminista. Su lema sería: Joder a los hombres es el único camino a la liberación. Y todas se reirían a coro comentando sus experiencias con perros miserables como yo, lloriqueando en los rincones del bar más barato de la ciudad.

Se llamaba Lucía y era lo único que conocía de ella. Además de su cabello paradisíaco hurgando entre mis dedos, no puedo recordar nada más. De haber sabido que ella, justo ella, precisamente ella, se iba a largar sin dejarme siquiera su número telefónico, hubiese memorizado cada gota de saliva, cada centímetro de su figura perfecta, el tacto de cada uno de mis dedos sobre su piel, las únicas cinco palabras que mencionó en hora y media de placer, el tono de sus gemidos encandilados, el sabor de sus párpados, el candor de sus mejillas acaloradas, el eterno instante de mi semen golpeando contra el látex, la destreza con la que su vestido amarillo caía sobre mi vieja alfombra, la melodía de su ritmo insaciable. Porque fue ella, justo ella, precisamente ella, la que le dio conciencia a mi rutina insomne de cuerpos baldíos, de ojos sin nombre, de senos incontables, de frases insignificantes, de mujeres decadentes en busca de príncipes atiborrados de plata, de piernas abiertas al tercer trago, de sexo amnésico, del vacío que antes parecía amigable, de aquella pésima inquilina llamada soledad. Porque fue ella, Lucía. Sólo Lucía.

Texto agregado el 09-06-2005, y leído por 212 visitantes. (3 votos)


Lectores Opinan
09-08-2005 (Quien sabe, quiza tu protagonista fue cliente de mi "lo más vital..." jejeje) Salud y libertad buhomatrix
09-08-2005 Muy bueno. Narración rápida y fluida. Sentimientos, sensaciones, imágenes. La primera frase ya te atrapa... ***** Salud y libertad buhomatrix
06-08-2005 Escribir es esto, tener la imaginación abierta a cualquier experiencia, la capacidad de internarse en cualquier mundo, inclusive en el del sexo opuesto. Todas las estrellas! negroviejo
05-08-2005 realmente un texto difícil, el ponerme en el lugar de un hombre, por lo que te regalo mis cinco estrellas, excelente relato corazonpartio
05-07-2005 hummmmmmmm, que relato, dificil para mi escribir desde la vision femenina de algun hecho, mas la tuya tomando en cuanta la vision ddel macho dolido por la ausencia de Lucia que llegò y se marchò sin dejar nada, tan solo el imborrable recuerdo, tantas lucia que hay en este mundo, y pensar que yo, una tarde de hace mil años en la verdura de un prado una Lucia me llevò por el camino de la perdida de la inocencia. mis ***** curiche
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