Pienso que debe pasar ahí sentada todas las tardes, en esa especie de refugio de antaño, siempre con la cabeza gacha, la mirada concentrada en su labor. Una puerta de cristal y sólo dos escalones sirven para retroceder medio siglo, a la época en que se cultivaba el arte de coger puntos a las medias. Se hace acompañar de una mesa, un pequeño flexo que llena de sombras la habitación de dos por dos, la aguja imprescindible, y un vaso de agua en verano.
Imagino además, una radio antigua que vierte nostalgias en su oído no muy fino ya, quedamente, como ella, como el lugar que ocupa. Anacronismo en esta calle de tráfico intenso, en esta ciudad de carreras aceleradas metro a metro, de atascos en las arterias, de embolias portuarias... Ella es antigua, su oficio también. Vive a medio siglo de distancia de la sorpresa diaria en miles de pares de ojos extraños ante el espectáculo de templos inconclusos, de ramblas efervescentes, de paseos llenos de gracia... a medio siglo y cinco minutos andando del modernismo y la modernidad... ni falta que le hace. Ella es antigua, con su aguja, su radio y su bombilla.
La verdad, no sé si coge puntos a las medias o borda pañuelos o camisas a mano, nunca me he atrevido a mirar a su puerta durante más de tres segundos, por miedo a que levante los ojos y me arrastre a su mundo de antaño.
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