En un trigal suave
desvaneces
envolviendo mis silencios
con las mieles.
Siento tu brisa derramada
en la cuenca de mi boca,
difusa, abierta,
buscando el nítido deseo
de las lenguas.
Como dos islotes
mis pechos hunden su piel
dentro de tu magia,
coral expuesto entre las sombras
que mojado susurras
atrapando lo impredecible
de la sangre.
La noche se pierde
como una mirada inerte
en las instancias de tu sino,
aterrada de amor, sinuosa, duradera.
Mientras,
tu cuerpo se dibuja
en sensaciones,
plácido, inasequible, sudoroso,
pantano de mi vientre,
lago,
enigma de algún Dios,
luna de mi barca
atravesando los albores.


Ana Cecilia.