“Miraba por la ventana cubierta de gotas de agua por la lluvia torrencial que ya llevaba tres dias sin parar. Estaba ansiosa, como todas las tardes, quería escuchar otra vez sus palabras, mirarlo a lo lejos sabiendo que era un imposible “y si algún día yo le hablara”, sabía que ese día nunca llegaría. Un viento estremeció los árboles y el asfalto se cubrió de otoño. ¿Vendría hoy? Hace un par de días que ya no visitaba la casa, al parecer en su vida había otras cosas que hacer que sólo visitar a sus padres luego del trabajo, pero tenía esperanzas de poder verle ese día tan frío y lluvioso, pero ya oscurecía y su voz tronante, con la que entonaba aquellas serenatas en la que escondida tras su escolar vestimenta le admiraba en silencio con un amor imposible de concretar, no se escuchaba llamando a la puerta. Tal vez tampoco venga hoy, y tanto que tengo que estudiar. Al fin llamó a la puerta, saltó del sofá y corrió a abrir: “Buenas tardes don Javier, qué alegría verle” , le sonrió con aquellos labios que con una pasión desbordante y escondida deseaba besar algún día en que aquél hombre pudiera posar sus ojos delicados en una niña como aquella. “¿Le invito una taza de café?” “Si no fuera mucha la molestia”. Corrió a la cocina con el anhelo de poder rozar siquiera sus manos al entregarle aquella taza que minuciosamente preparaba acompañada de las galletas que tanto él gustaba: Tuareg. “Muchas gracias”, y sus ojos la miraron y sus manos le rozaron las suyas, y un temblor estremeció su cuerpo hasta desplomarse en el suelo de tanta dicha. Despertó en su cama con su madre al lado, la lluvia golpeando su ventana y don Javier fuera de casa, había venido a dejar la invitación a su matrimonio a concretarse en dos semanas más.”
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