Siempre he buscado en la mirada de la gente una historia. Soy de esos que piensan que la mejor mirada es la que esconde una historia interesante, un secreto quizá. Nada necesariamente extravagante o grandioso, simplemente una sencilla complicidad con uno mismo. Y fue que el destino me sorprendió en una parada de autobús, casi completamente descolocado y pensando en alguna cosa alejada de mi entorno.
Vi ante mi pasar un autobús; y de soslayo, a unos metros, un hombre de tez muy morena y de rasgos claramente arábicos corría por coger el autobús que ya se escapaba. Llegaba a la parada frenando sus pasos y sin demasiada preocupación en su rostro. Miré más directamente al hombre, sin intención de establecer contacto visual, pero cuando giraba mi cabeza me miró y pronunció algo en danés. Algo que, obviamente no entendí, y que supuse que sería alguna forma educada de maldecir su suerte. Como hago siempre en estos casos, sonreí de la forma más anodina que pude. Pero el hombre me dijo algo más, por lo que está vez tuve que disculparme en inglés de no hablar la lengua autóctona de la tierra que pisaba. Él frunció ligeramente el ceño, con una rápida reacción y teniendo en cuenta la bandera alemana que lucía mi cazadora me preguntó si acaso mi origen era germano. Con una sonrisa lateral, de las que solo levantas un lado del labio, negué con la cabeza, y le dije que era de España. Con mayor gesto de sorpresa me preguntó de dónde era, que él tenía familia viviendo por aquellos lares y que alguna vez había pasado por allí; él era de Marruecos y llevaba viviendo en Dinamarca desde el 63. Le contesté que de Valencia, que si alguna vez había pasado por allí. Negó rápidamente, y me dijo por qué ciudades y pueblos había pasado, y que muchos de los nombres de las ciudades españolas tenían nombres arábicos. Asentí con la cabeza, y en un intento de mostrar mis “bastos” conocimientos en cultura arábica le dije que por mis tierras habían muchos pueblos que se llaman beni-algo, y que sabía yo de buena fe, que significaba pueblo. Casi sin hacer caso a lo que le decía, cabeceó mostrando acuerdo, y me comentó la cantidad de cosas que habían en España, que en su origen eran árabes. Siguiendo con mis intentos de ser un buen conversador, le comuniqué mi orgullo de venir de un sitio dónde la mezcla de culturas hizo tan buenas obras como la Alhambra. Sonrió y volvió a asentir, iba a decir algo cuando salté apresuradamente la ver que mi autobús ya había llegado, me despedí rápidamente, y deseé volver a verle en algún momento, tenía ganas de conocer más historias, ¡tendría tantas que contar! Me senté en el autobús, y sonreí, me sentí por un momento muy cercano a ese hombre, del que ni se su nombre ni le he vuelto a ver, lejos de la cultura nórdica; y agradecido por una nueva historia que contar.
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