La señora Vidal tiene siete gatos que viven quejándose del ruido que hacen las palomas de la calle. A veces el barrio se queda en silencio, y eso es porque los gatos duermen. Pero sucede que, algún día, uno o tal vez dos gatos padecen de insomnio y entonces se quejan de los grillos (las palomas de la calle nunca sufren de insomnio y, por lo tanto, duermen).
Uno de los bichos tiene una campanita colgada del cogote. En el barrio todos nos preguntamos qué será. Yo digo que es la hembra. Alfonso, el bicicletero, dice que es el padre de todos los demás. La señora Vidal nunca contesta las preguntas de los vecinos, y mejor se queda adentro limpiando la graciosa caquita de sus graciosos animales.
Cuando la vieja se pasea con algún michifuz en el canasto de los mandados, siempre alguien se detiene y le hace algún que otro comentario. ¿No me regala un gato, señora? ¡Ay, qué bonito el minino! ¿Por qué uno tiene una campanita colgada del cogote?
En cambio, cuando sale con todos sus animalitos de Dios, todos los vecinos de Uriarte nos quedamos en silencio, oyendo hipnotizados el sonido de la campanita que cuelga del cogote de la hembra o el padre gato. Entonces, la señora Vidal camina sin apuro, y hasta hace muecas con la cara. Alfonso, el bicicletero, dice que se ríe. Yo sospecho que tiene pulgas en los bigotes, o por ahí en la barbilla, que también tiene pelos.
En las juntas barriales nosotros le echamos siempre la culpa a los gatos, los gatos le echan la culpa a las palomas (a veces a los grillos) y cuando la señora Vidal se harta un poco de nosotros lleva el gato de la campanita. “Se lo merecen”.
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