Vertiginosamente pasaron sobre sí luces y luces que lo colmaron, al igual que unas cuantas miradas de compasión. Cuando al fin acabó el brusco paseo, escuchó varias voces que al unísono comentaban y reían a sus expensas. Los colores rápidamente se distorsionaron en su mente: tres agitados y profundos respiros y todo se oscureció. Lo despertaron, no supo cuánto después. Su brazo se veía alargado por un fino canalillo que ascendía hasta más arriba del oeste de su cabeza. A su lado, una máquina que con cada pitazo registraba sus atisbos de vida y más arriba del codo otro aparato que le comprimía el brazo cada cierto tiempo. Desentendido, apenas podía abrir los ojos: una voz se había apresurado en despertarlo. Una mano en el pecho y otra alineada con su cuerpo, movía la cabeza lado a lado, un tanto desesperado. Llegaron a conversarle, pero lo que menos quería era hablar, los ojos casi se le cerraban solos y se preguntaba por qué afanaban en mantenerlo despierto. Respondiendo irreflexivamente, murmuró cosas incomprensibles. Pero aún viendo la nula comunicación, estos emisores no lo dejaban en paz. Prefirió cerrar los ojos y evitar cualquier contacto: no era buen momento para charlas. Oyó un largo pitazo y todos corrieron a una camilla vecina, esto no lo intranquilizó demasiado, valoraba que al fin los invasores se hubiesen marchado. No pasó mucho tiempo, cuando nuevamente sintió súbitos movimientos. Lo pasaron a otra camilla y ya no supo ordenar los acontecimientos en su memoria. Rápidos paseos, interminables pitazos e incomprensibles frases de innumerables voces. Un dolor en su pierna y una gran molestia en el cuello. Un nuevo apretón sobre el codo y su dorso izquierdo aún conectado a ese fino tubo. Un golpe en el pecho y una áspera inspiración... seguida de un angustiante [silencio].