Subió a su auto en medio de la lluvia. El interminable sonido de la caída de aquellas gotas era intranquilizante y a la vez inspirador. La carretera estaba vacía y le reconfortaba conducir, más aun en medio de la lluvia. Detuvo su auto a un costado de la carretera, necesitaba darse un tiempo para respirar profundo y dejarse llevar. Recostó su cabeza en el respaldo superior del asiento, cerró sus ojos y comenzó a divagar. Tejió su propia historia: un vidrio roto, una fugaz persecución, un grito a lo lejos. Y caía la lluvia en la noche del martes. Tenía un talento creativo innato y aunque nunca sacó a relucir sus dotes, tenía montones de borradores de grandes historias guardados en un costado de su habitación. Creía que nadie se interesaría en ellos (¡qué equivocado estaba!). Un grito a lo lejos, un revólver, un cuerpo tumbado en el suelo. Y caía la lluvia en la mañana del miércoles. Siempre quiso estudiar literatura, pero nunca concretó su sueño. Debió hacerlo. Un cuerpo tumbado en el suelo, la expectación de una multitud, el llanto de una mujer. Tres golpes en la ventanilla: un auto en la carretera, un hombre en el asiento, una mirada de espanto y otra perdida en algún lugar. Y caía la lluvia la tarde del jueves.