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V
Cinco o seis, o el tren que con un puntual silbido levantaba un pueblo de su sueño para devolverlo a los extraños confines de la conciencia, o el calor que me entumece y recuerda los arrebatos infantiles de mear, o la Txell que construye figuras de papel vivas, o estirada en mi cama su desconexión parece real, o la bombilla chillona, o la agradable sintonía de una forma perfecta y compuesta de varios puzzles interrelacionados por conexiones metálicas y helio, o ¿como se te queda el cuerpo en un concierto de hip-hoperos de provincia?, o sabes lo que me callé durante tanto tiempo, y sabías lo que escondía, aunque estaba bien así, los dos, perdidos en nuestro pensamiento, y entonces imaginaba innumerables Gratacielos emergiendo del subsuelo como bombas de la guerra civil sin estallar, y parecerían la Industria que Conan trataba de exterminar con sus carreras entre árboles y faldas de flores, y como esos vastos edificios, engendros paridos por todos nosotros, algún día recordarían a alguien que allí hubo otro alguien, o el mismo quizá, mutado quizá, que recogería los trozos y los limpiaría con un estropajo y una brocha y se haría pagar entrada, aunque fuera para destruirlo de una vez por todas, y los libros que editaran dirían que no se sabía con certeza que monumento databa de más antigüedad, si el Partenón, o la torre Agbar y el Golden State Building, si sthonege (Inglaterra) y las estatuas de pascua o un microchip del 97 encontrado en un estercolero, o si todo esto habría terminado hace mucho tiempo, como tú y como yo, o resultaría que estaríamos intactos, tu y yo, y 45 mil millones más, y el viento nos conduciría por los mismos senderos que la cabellera del caballo blanco en el que me montaba y daba rodeos por el arco iris. Quizás siempre hemos sido los mismos, y todos hemos vestido sucias trapos y galas victorianas, hemos corrido detrás búfalos y Mamuts, hemos inventado el vapor y hemos cruzado el atlántico, primero en barco y después en avión, corriendo fugitivos entre la barbarie, y espeluznados en el suave perfume de lo eterno, sentados en los jardines de Luís XIV, repartiendo nuestros excrementos por las calles cuando no había sanitarios donde depositar-los, dándole a la tecla y encendiendo el fuego del amor, y con él las ciudades donde se conoce lo conocido hasta hoy, creyendo, cada cual, lo que quería, o lo que podía. Y es que hoy es hoy pero podría ser ayer. Así que, al final, cuando el gallo canta y volvemos a encontrarnos en la comodidad de lo que nos es cercano, estamos tu y yo, y 6 mil millones más , y somos todo eso.

Texto agregado el 07-06-2005, y leído por 129 visitantes. (0 votos)


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