El pequeño entró en la oficina de su abuelo, un lugar con libros, estatuas y cosas tan antiguas que parecían salidas de un museo. Observó los libros de pasta dura con letras de oro que hablaban de leyes y otras cosas de poca importancia, hasta que llegó a un estante donde había libros de pinturas, de simbología y de música. Le impresionó mucho esto, ya que su abuelo era una persona aburrida, que solo hablaba de leyes y de política. Y aún así no le prestó atención a esos libros. Siguió caminando hasta toparse con un globo terráqueo del tamaño de una mesa, no sabía su finalidad, su mente infantil no le premitía contemplar la grandeza de su mundo. Era extraño encontrar tal objeto en esa habitación, pero de misma forma no le tomó importancia y siguió caminando. Llegó al escritorio de su abuelo, un escritorio enorme de madera, con estatuas y con hojas, con dos plumas acomodadas junto a una placa que traía inscrito su nombre “Adrián Dolís” eso le llamó la atención, ya que su abuelo se llamaba Mariano Dolís, él era Adrián Dolís. Alzó la vista y contempló el reloj que se encontraba en la estancia, ese suceso extraordinario le llamó la atención, el reloj, sus manecillas en lugar de ir para adelante, iban para atrás, y de súbito recuerdo se imaginó en la sala de un hospital, con sus tres hijos, su esposa, y su padre, recostado él, mirando a su familia, llegando en ambulancia, chocando en una esquina, recordando peleas, casándose, graduándose, en la calle haciendo bromas, y al fin en la oficina de su abuelo, a él que tanto quería. |