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Contexto (para que se situen dentro de la historia): la llegada de los españoles a Chile

Mi hermano esclavo


Vestían ropas de plata que brillaban con el centelleo del sol; sus espadas, con un filo tajante, provocaban una contienda desigual en sus adversarios; y sus miradas fijas, que clavaban sus intenciones en aquella tierra, con gestos napoleónicos trataban de comunicar algo que ni ellos mismos pretendían conquistar.
Ahora alzaban sus espadas a la altura del pecho, rendían culto al cielo y proclamaban por el poder de una corona distante, que aquellos recuerdos serían suyos. Serían propiedad de una desconocida mujer de dientes afilados y majestuosas intenciones, ocultas bajo la cruel empuñadora del cegado hidalgo.
Aquellas bestias decían llamarse hombres de buena fe, mas la mano esclava contradecía sus plegarias con peso inquietante: sus lágrimas de sudor, lloraban su destino ya inculcado. Hombres y mujeres, parían los hijos del futuro, un porvenir negro que nunca sospecharon, aquel salvador, iría de presagiarles.

La batalla se dio sin aviso, y el fin fue pronunciándose por el norte. La pena de ser reconocido un inhabitante de este mundo se implantó como un infierno bajo sus cabezas. La pirámide de la evolución se invirtió a sus pies: fueron presa de dolores amargos. Ahora creían comprender el poder del frío metal, aquel metal que traía frío a sus vidas y congelaba, entre rejas, sus sueños.

Pero el noble hombre de casco había traicionado a su emisario. Utilizaban a la Iglesia como instrumento de su ego, dando justificaciones santas a una empresa de vanidosos fines: el poder y la riqueza los habían tentado en esos cuarenta días de viaje a la gloria.
La ceguera era general, pese a los intentos frustrados de esos humildes servidores de la ley, aquellos hombres esmerados en hacer valer la palabra de la hermandad, nada podían hacer frente al sediento caballero. Sus deseos sucumbían a los pies del caballo, y sus intenciones morían al cruzar el mar.

Por su lado, la corona engañada, creía poseer un gran imperio, sin saber que ese poderío le traería la ruina. Ella tenía otros ojos en sus colonias. Una mirada perdida llegaba de vuelta de aquellas tierras que creían consolidar de forma justa. Sintiendo a Dios de su parte, no conocían el pecado que sus hijos cometían bajo su nombre. Se conformaban con tener nuevos dominios y haber ganado una lucha contra sus vecinos. Mas el auxilio indígena era un eco mudo en sus oídos.

Texto agregado el 07-06-2005, y leído por 167 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
07-06-2005 me gusto tu texto por lo rápido y ameno de leer estrellas para ti corazonpartio
 
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