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El rostro que me mira parece relajado, laxo. Los músculos faciales aparentan estar en absoluto reposo. Casi podría decirse que está esculpido en cera, si no fuera por esas pequeñas imperfecciones, leves cicatrices, detalles sutilmente asimétricos, las humanas pilosidad, la barba, la cejas, el cuero cabelludo. El contorno de los ojos aparece casi limpio de marcas, revelando que los golpes de la vida quedan casi todos adentro. A medida que me concentro en esas pupilas, levemente dilatadas, en las sutiles variaciones de tono y profundida del iris que me recuerdan esos adornos de antaño que eran unas volutas de color dentro de una resina transparente, a medida que mi respiración se relaja llega un momento en que me siento totalmente hipnotizado, paralizado. El rostro que me mira desde el espejo se me hace ajeno, intento evocar mi propio nombre, mi propia identidad y siento por momentos que la pierdo. Es una sensación maravillosa y terrible, deseo que progrese pero también quiero escapar. A veces, en la duermevela previa al despertar definitivo, experimento similar parálisis: es como si mi mente ya estuviera despierta, pero mi cuerpo aún permanece muerto, desconectado, ajeno a mis designios.
Ahora ya incluso el paso del tiempo pierde sentido. ¿Qué es el tiempo? Me ataca cierta objetividad suprema, me veo a mi mismo como un extraño total. Intento evocar algún recuerdo, pero para eso debería existir el pasado. Intento evocar algún dato concreto que me vuelva dentro de mi, pero para eso la palabra "yo" debería tener algún significado. Soy una consciencia que solo es consciente de si misma: un extraño me mira, sin extrañeza, y sólo hay cierta vaga afinidad con él. Un instante, una eternidad: ¿quién sabe? De repente me distraigo, y el hechizo se rompe, doy vuelta la cara, siento nuevamente la gravedad sobre mis miembos, otra vez esa tenaza constante alrededor del cerebro, mi amiga la jaqueca crónica a la que estoy tan acostumbrado (me voy a dar cuenta que estoy muerto, el día que me deje de doler la cabeza), exhalo e inhalo, percibo el latido de mi corazón dentro mío, el suave decaimiento general de mi organismo en su implacable curso hacia la muerte, el tiempo fluye nuevamente. Miro otra vez el espejo, pero ahora solo me veo a mi, reflejado, imperturbable. Continúo con mi rutina, fuera lo que fuera que estaba haciendo, mear, lavarme los dientes. E intento evocar ese éxtasis natural, ese instante de gloria en el que creí percibir el infinito, pero es inútil. Además, tengo miedo de repetir, o intentar la experiencia en forma voluntaria. Por un lado porque las veces que lo intenté, no funcionó. Y por otro, porque me asalta la duda... ¿y si la próxima vez, el rostro que me mira, el rostro tan tranquilo, el rostro tan familiar, siguiera indefinidamente ajeno?

Texto agregado el 06-06-2005, y leído por 156 visitantes. (0 votos)


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