Una pausa. Un momento para reconstruir.
Un instante para descansar y volver luego a la arena.
Una pausa. Aquella que se puede volver eterna,
que te invade hasta la infancia,
la que lo reconfigura todo, la que te enseña sobre el silencio.

La habitación me encierra el pecho,
me desmorona la historia, intenta una señal.
La lluvia tras las ventanas me grita algo,
no escucho nada, esas ramas frágiles ríen.
Las hojas danzan.
Las tomo por la cintura.
Escapan hacia el desvanecimiento.

Una pausa.

Ese instante tan eterno como para destruirme.
Mirada que viene desde todo y no encuentra nada.

Una pausa,
la que me persigue,
la que me atormenta,
la que me aterroriza,
la que me hunde,
la que me enseña,
la que me miente,
la que me acaba.

Esa indecorosa pausa con fragancias hipnóticas,
amenazando quedarse por las siguientes eternidades.