La calle desierta, una suave brisa mueve las hojas secas por doquier, haciendo ese arrullador sonido que lentamente nos duerme, que nos sumerge a un mundo nuevo del inconsciente, un poco más, un poco más, timbres dorados al aire.
Con pasos imperceptibles se encuentran de frente; él hacia ella, ella huye de él; al ver que no surte efecto opta por la emboscada, un rápido movimiento y se encuentra de nuevo frente a ella.
La observa a los ojos, ladeando un poco la cabeza, la observa, la observa, y asiente rápidamente, casi como diciendo ¡Buenas Tardes!... no hay respuesta, ella se pone de lado como ignorándolo, pero no puede dejar se llamar su atención esa presencia; y él vuelve a asentir, insiste, asiente, asiente, casi sin respuesta, comienza a desesperar, da vueltas alrededor; ella no se inmuta; entonces se engalana, baja la cabeza, alza el trasero y se ve amenazador; a ella, parece gustarle, y esta vez, también asiente; y así asintiendo, él con la cabeza gacha y el trasero al aire, ella discretamente sobre su propio eje, comienzan el cortejo, ambos danzan con total sincronía, giran graciosamente, los dos se vuelven uno con el viento, con las hojas, sin pena alguna, sin superficialidades, él no es rico, no es preparado, apenas y sabe que hay más allá de una ciudad, ella no luce los colores a la moda y al igual que él viste de gris, toda de gris, pero ella cree en él y él en ella; pasará un rato, habrá sexo y él se quedará con ella un tiempo luego se irá, tal vez para siempre; pero no importará, habrá otros tantos, otras ellas, y nadie se quejará por que así es la naturaleza. Entonces, inmóvil como un árbol su único testigo, da un paso en falso, aquel que se deleito una tarde de primavera, viendo un cortejo, inventando una historia de esto, hace que ambos emprendan deliberadamente el vuelo, y entre las ramas, se pierden entre aquellos otros de su misma especie sin saberse protagonistas de la mente de una chiquilla...
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