Tras la caída de sus parpados navegó a lo profundo de sus memorias, golpeó a cada paso su cerebro, reconoció cada palabra pronunciada y luego escrita con errores. Rastros de sal y arena se albergaban en sus oídos, pudo oler el frescor de un amanecer con sabor a hierbas. Desempolvó notas de una canción que agujereaban su frente con espinas encajadas en su piel. Largo fue el camino y tedioso recorrerlo pegando a cada paso fotos en las paredes de su cráneo. Se asomó en sus pupilas y observó los rasgos de una tela gris que apestaba a humedad. Al exterior el sol nacía y una paloma blanca posada en aquella lápida rompió en el silencio con el batir de sus alas, para perderse en las alturas tras un rayo de sol.