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Inicio / Cuenteros Locales / NaTO-Sabina / Historias Urbanas: Introducción

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Al subir el primer peldaño de aquella desgastada máquina parecemos perder nuestra propia personalidad, nuestras ganas de resaltar, queremos pasar desapercibidos. Es imposible no fijar los ojos en la persona que sube a una micro, es el único horizonte que vemos.
Al subir, nuestros ojos se fijan en el cansado perfil del conductor, generalmente no recibimos una respuesta a nuestra mirada. Es el primer punto en el cual nos sentimos inferiores, nuestra importancia radica para el conductor en las monedas que llevamos y en que de preferencia no llevemos aquel “bendito” pase escolar.
Al pagar recibimos un pequeño papel que certifica el contrato que hemos realizado, aquel contrato tan insignificante, tan irrelevante es lo que nos produce la inseguridad, la desconfianza. Al momento de recibir nuestro cambio cualquier grado de relación con el conductor quedará relegada al momento en que necesitemos bajar de la micro.
Una vez que el primer obstáculo ha sido superado, comienza la búsqueda por un lugar donde sentarse. Es ahí el momento en que nos sentimos observados. Los ojos de todos los pasajeros se nos hacen presentes, somos nosotros frente a caras confabulando o descifrando donde nos sentaremos. Esas miradas nos indican como hemos sido recibidos por nuestro aspecto físico.

Buscamos desesperadamente un siento totalmente aislado, pero esta vez no lo encontramos. Debemos sentarnos al lado de una señora de edad, por temor a sentarnos al lado de una bella mujer. Resulta interesante encontrar alguna bella mujer en una micro, parecen una especie en extinción, por lo que cuando vemos una, nos sentimos intimidados. El hecho de sentarse al lado de una mujer bonita en una micro representa un grado de relación muy grande para el promedio del hombre chileno.

Al sentarnos junto a esta mujer de edad siempre notamos que lleva bolsas, seguramente proviene del supermercado, podemos notar que esta cansada y apoya su cabeza cana contra la ventana, tratando de encontrar, al parecer, un poco de aliento. Nosotros continuamos sentados mirando hacia delante. En este estado podemos apreciar la clase de personas que se suben a las micros; gente de una clase social baja, mezclados con jóvenes profesionales, estudiantes universitarios y alumnos de colegios. Sin duda no parecemos resaltar dentro de esta mezcla.
De pronto la micro se empieza a llenar, esto pasa generalmente cuando nos acercamos a las calles del centro de la ciudad. Al momento de llenarse quedamos en una situación incómoda, rogamos por que no se suba una persona de edad y tengamos que ceder nuestro asiento, lamentablemente esto ha ocurrido. Vemos como un señor notablemente afectado por la edad se acerca dificultosamente donde estamos nosotros abriéndose paso entre las personas paradas.
Al comienzo nos hacemos los desentendidos, pero posteriormente al ver la cara de aquel personaje sentimos lástima y le cedemos nuestro puesto. Nos levantamos y le hacemos el ofrecimiento, pero para sorpresa nuestra no lo acepta. Con una sonrisa vengativa nos obliga a nosotros a sentarnos, nosotros que estamos recién empezando la vida, según él. Nosotros no nos hacemos los magnánimos y nos sentamos al primer instante, nuestra intención de obrar bien ha sido eliminada. Nos sentimos mal, nos sentimos insatisfechos. Nos prometemos no volver a ofrecer nuestro asiento en el transcurso del viaje, no podríamos soportar otro rechazo como el que recién tuvimos, teniendo en cuenta que la mayor parte de las personas ahí sentadas presenció aquel episodio.
Nuevamente la micro se comienza a vaciar. Los asientos se van desocupando y retornamos a tener nuestro grado de independencia.

La universidad estaba cerca y la mujer que habíamos visto en un comienzo continuaba sentada, mirando a través de la ventana, divisando un mundo que seguramente no era el suyo. Estaba sentada dos asientos por delante de nosotros. Veía su pelo castaño claro y recordaba sus ojos color verde claro con destellos cafés. Era físicamente atractiva, muy atractiva.
Para matar el tiempo en aquella micro desocupada comenzamos a imaginarnos su vida. Debe ser una estudiante de primer o segundo año de universidad, una carrera humanista sin duda, por su hermosura. Se notaba una mujer con clase, iba bien vestida, lo que aumentaba su rareza dentro de esa micro.

De pronto nos acercamos a la universidad, mi concentración vuelve a su lugar y nos aprontamos a ir a esa prueba que nos tuvo despierto la mayor parte de la noche aprendiendo conceptos con los cuales nunca pensamos relacionarnos. Pero que mas da, falta poco para que termine ese suplicio y podamos olvidar nuevamente esos conceptos.
Me preparo, me levanto, arreglo mi mochila y me dirijo a la parte de atrás de la micro, desde donde legalmente se debe abandonar la micro. De esta manera nunca más nos recordaremos de la cara de aquel chofer, lo olvidaremos completamente, hasta que terminen las clases y solicitemos sus servicios nuevamente.
Aprieto el botón para avisar que quiero bajar, esperamos a que la puerta se abra y podamos descender.

Finalmente cuando se detiene nos bajamos y ocurre algo interesante. Apoyamos el primer pie sobre la acera y notamos que por la otra puerta se ha bajado ella también, nos alegramos por aquel irrelevante suceso. Nos damos cuenta que nuestros destinos hasta ese momento se complementan.
La micro se va y esperamos para cruzar la calle, utilizando como excusa el “cruzar con precaución, mirando a ambos lados de la calle”, cuando en el fondo lo único que miramos es a ella. Me sorprende como no hay más muertes por atropello debido a este tipo de situaciones. Al cruzar la calle se nos presenta aquella universidad cuya entrada se encuentra literalmente en la punta del cerro. Sin más quejas comenzamos a subir aquel monte.
Al llegar al patio nos ubicamos, vemos para todos lados, descansamos. Paso siguiente nos dirigimos a la sala de clases, pero antes vemos como aquélla mujer también a ingresado a la universidad, nuestras esperanzas se hicieron realidad: estudia acá. Nos vamos, esperando que la hora de clases termine para salir a buscarla.
Por fin sentimos algo que nos alegra el alma. Nos vamos pensando en todo momento en ella y sentenciando: “Quiero conocerla”....

Texto agregado el 06-06-2005, y leído por 168 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
08-06-2005 Muy bueno. Tengo cierta debilidad por los relatos costumbristas, y este realmente me llevó de la mano del principio al final. Saludos! juanro
 
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