No perderé la compostura, las noches no son distintas, pero, ¿si como siempre nada ha cambiado, porque me siento tan extraño?
Lo que no debo es dejarme arrastrar por la peregrina y fácil idea de dar carácter de místico a lo que no comprendo. Tampoco debo echar culpas que sean como excusas-escudos, embadurnarme de duras escamas que se me irán cayendo en el camino como una capa de costra que taponaba mis culpas, dejando ver mi cuerpo contaminado por su mugre, putrefacto.
Esta actitud frente a los problemas, ya lo demuestra la historia, siempre ha sido un método de escape, yo lo llamo facilismo. Ocurre que como el nombre lo indica a veces hacen más fácil llevar ese gran saco de lágrimas que es la vida.
No, no me embadurnaré de escapismos, facilismos, todo lo que me ocurre ahora está relacionado con sucesos razonables que han estado corroyendo mi mente. La culpa de todo la tengo necesariamente yo, por dar lugar a esas ideas.
Pero el problema es que no reconozco ni el origen ni mucho menos la naturaleza de tales ideas. Si es que existen deben habitar recónditamente en un lugar muy oscuro y profundo de mi mente.
No puedo comprender lo que me sucede. Ayer, por ejemplo, desperté sintiendo miedo de mi. Me miré paralizado las manos, me palpe el rostro frenéticamente y seguidamente rasgue las mejillas con las uñas, como si tuviera un enjambre de avispas carniceras trepando a mis ojos si un ahora mofletudas por la hinchazón.
Estuve internado un largo tiempo. Luego del hospital, la primera noche en mi casa, me desvelé pensando en lo que me había ocurrido la noche de la locura, en la mesa el cuarto café se enfriaba, un cementerio de cigarros sobre un plato daban cuenta de mi nerviosismo. Entonces llegue a una conclusión, encontré una respuesta. Ya lo había pensado todas las noches en el hospital y esa última. Había llegado a pensar que todas las personas que era buscaban materializarse. Está claro que no me reconocía y es que no era yo sino otro el que vivía en mi cuerpo. Quizás siempre fui otro, solo que no quise aceptarlo. Creí tener personalidad múltiple, sin embargo investigando supe que los que sufren de personalidad múltiple, cuando dejan una personalidad para tomar otra no recuerdan lo ocurrido en la anterior.
No descarto ninguna hipótesis, ni siquiera que el collar de madera sea el culpable. Lo he pensado porque muchos barcos desembocan en ese puerto, sin embargo me resulta muy difícil dado que nunca creí en tales cosas, mi familia es atea y escéptica y agradezco “que así sea”. Igualmente como dije antes, no descartaré ninguna hipótesis y dado que a esta la he negado desde el principio y si soy consecuente con lo que digo, entonces debo darle una presunta refutación que me satisfaga o atenerme a creer en los seres fantásticos, en los poderes sobrenaturales y en los mitos. Por tanto recordaré las circunstancias en que obtuve este collar.
Caía la tarde, se levantaba la noche y caminábamos por el bulevard. Íbamos hacia las ruinas de la fábrica. Esa tarde no habíamos tenido buena pesca, pero igual decidimos comer lo no poco si no escaso, con la condición de acompañarlo con algo de fruta, para apaliar el hambre. Llegamos a la fábrica y encendimos el fuego, la madera que juntamos en los bosques del río era estupenda y pronto se convirtió en duraderas y ardientes brazas que en breve cocieron los bagres. Me ufané un rato de haber sacado el mas grande, porque raramente tenía mas suerte que Adolfo que era un gran conocedor en el arte de la pesca y nuestro iniciador en ella. Augusto y yo apreciábamos mucho al viejo Adolfo. Él era nuestro confesor y, desde su experiencia, nos aconsejaba constantemente en diversos problemas. Poco a poco se fue volviendo nuestro referente.
Al terminar el pescado y la fruta, el viejo Adolfo prendió uno de sus cigarros y comenzó a contarnos una historia. Esta narraba los viajes de un antropólogo del siglo XIX, que visitó una comunidad africana de chamanes. En la historia el antropólogo pasaba por numerosas peripecias que tenían que ver con circunstancias sobrenaturales. El conocía mis opiniones sobre esa clase de sucesos y esperaba mi refutación, esta no se hizo esperar. Trate de contrarrestar lo que aparentemente no tenía un porque y me asombré por lo razonable de mis respuestas, era muy o mas factible que las cosas hubieran ocurrido como yo las explicaba.
El viejo también lo entendió así. Siempre me vencía en estos campos, pero en esta ocasión todo lo fantástico podía ser relacionado con la droga que injerían aquellos hombres y eso me hacía vencedor. Sin nada que acotar el viejo me dijo: “No puedo agregar nada a lo que dije, solo que así como yo acepto y trato de ver con tu perspectiva, tu deberías hacer lo mismo. No puedo explicarte todo cuanto acontece fuera del entendimiento cabal que poseemos, hay sin duda cosas inexplicables. Por eso quiero regalarte algo que el antropólogo del relato me obsequió hace 20 años. Yo como tú tampoco creía en estas cosas, es que tampoco se trata de creer o no, si no de sentir o no. Espero que esto te ayude a ver desde mi perspectiva, para que en reuniones futuras podamos dialogar desde una misma focalización”.
Entonces me extendió el collar de madera y me dijo: “Obsérvalo bien, presta especial atención en su forma, en su sentido y comprenderás”. “Veremos” dije con orgullo. Al llegar a mi casa deje el collar sobre la biblioteca.
Puedo decir orgulloso que me caracterizo por ser un tipo muy curioso, ser curioso significa preguntar y querer saber sobre todo. Estoy seguro que los filósofos se equivocaron al decir que la filosofía es la madre de todas las ciencias, porque la curiosidad lo es. Digamos que esa curiosidad que es inmanente en el niño, no desaparece a medida que pasan los años. A pesar de ello nunca, por estúpido temor o por precoz prudencia, tome el collar con las manos, tan solo lo miré un par de veces, de soslayo, al pasar, sin prestarle más atención que a un fósforo apagado.
Pasaron los días y notaba una leve, casi imperceptible extrañeza con mi cuerpo, como si el contacto con el aire, su calor y espesura hubieran subido un tono para mi.
Comencé a obrar de forma impersonal, sin tapujos, ni convencionalismos, sin vergüenza. En la universidad toque el seno de una compañera que me abofeteó de forma humillante, frente al curso entero. Es cierto, tuve muchas fantasías con Sofía y ya nos estábamos tratando al borde del cariño, pero jamás habría hecho aquello de tocarla, no piensen que es mi forma de conseguir mujeres. Es mas, podría decir soy mas bien timidón, de los que la van remando de a poco. Otros quilombos de los cuales a la distancia no me comprendo metido allí, y menos como protagonista y culpable.
La primera noche de mi vuelta del hospital al toparme con la biblioteca, ví el collar de madera y recordé lo sucedido. Yo lo había tirado al bote de la basura y luego fue que me desperté, rasgué mi rostro como castigo por haber desechado el regalo y lo recuperé del bote situándolo en su lugar. Después me fuí al hospital. El hecho central no es que me halla rasgado el rostro por el collar, sino que lo haya olvidado.
Entonces resolví dirigirme a la casa de Adolfo para pedirle socorro. Llegué cuando estaba clareando y lo vi sentado tomando mate en una silla petiza, de esas para matear solo.
En sus ojos noté que me esperaba, me senté y recibí un mate amarguísimo. Vacilé una o dos veces antes de emitir sonido alguno, luego respiré profundo y con la voz quebrada de desesperación y el llanto que ejercía una fuerza tan plana y constante por salir que se trababa en las pestañas, entonces con aquella vos que parecía salir de un alma en pena, le pregunté que era lo que tenía el collar. Entonces aquel hombre que para esa altura a mi ver se asemejaba a la muerte, a una muerte amiga, sonrió, pegó dos sorbos largos y con su vos ronca de tabaco y ginebra me habló, y su vos viajó por las ondas del aire muy lento, tanto que tardaba en llegar, como tarda la señal en llegar al televisor cuando está muy lejos. A pesar de su tardanza el sonido llegaba tan diáfano que creo que solo estaba dirigido a mis oidos, y en compensación del tiempo estaba dada su concentración. Pero no fue eso lo mas sorprendente, sino lo que ese sonido significó: “El collar está hecho de tu sangre negra, a ella responde y pertenece”.
Hoy, tantos años después, veo aquel día tan claramente como la voz de Adolfo, vos que por otro lado no he dejado de oír, ni en los invierno en la cárcel, ni ahora tan lejos de mi tierra.
Julián Fogarini
06/01/05
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