Siempre me ha llamado la atención la noción de éxito que tiene la gente, para algunos consiste en un frágil encuentro con aquello que llaman felicidad, ser lo que quieres y tener lo que quieres. Lo que no tienes lo puedes comprar con dinero, pensaba antes.
Cuando estaba en tercero básico y mi visión de amistad no se basaba en las cosas de ahora... eras amigo de ella o él , , si eras invitado a su cumpleaños coloridos, con payasos, un mago, su respectivo conejo y su sombrero de copa, una torta color rosado con chubis o una torta con forma de cancha de fútbol.
Moría de envidia cuando el día lunes comentaban que, habían ido al cine con sus padres a ver la última película de Disney. El mío nunca hizo esas cosas conmigo. Y ahora que quisiera hacerlas, me parece que es tarde.
En ese entonces mis padres ya estaban separados, y yo aún creía con fervor que cambiaría su actitud conmigo. Pero pasaron años y sus promesas se rompieron como un cristal ante el impacto de una piedra. Mientras todas hablaban de casarse, la persona no era lo que más me preocupaba, me cuestionaba si acaso mi papá sería capaz de ir a dejarme al altar, y desearme lo mejor. Yo miraría a mi futuro marido y me sentiría orgullosa de un padre como él. Siempre quise poder decir eso. Ya no lo diré. Eso se rompió cuando se distanció definitivamente de mí, y yo decidí que casarme no era una prioridad, al menos hasta ese entonces.
Lo peor de todo, era que donde fuera que iba, había alguien que los conocía como pareja y matrimonio, me miraban y decían : “es igualita al papá”, me molestaba esa costumbre chilena impresentable de disminuir, y por sobre todo, ser igual a él.
Era un tatuaje falso que no quería cargar.
Mientras el sol cortaba alas de mariposas, yo me interesaba por otras cosas, necesitaba encontrar en otro lado lo que no hallaba donde debía. Necesitaba sentarme a reír, pero no lo lograba, no coincidía la idílica vida que quería con la que tenía, necesitaba vivir de la palabra de alguien, estar entremedio de los dedos de alguien, y quedarme ahí. Me sentía sola, quería amarrarme a las cadenas de alguien, pero no tenía de quién.
Hay cosas que llegan en el momento perfecto de la vida, en el momento donde yo me sentía más sola, más acomplejada, y más confundida. Apareció una avalancha de cariño eléctrico.
Es necio como uno se niega rotundamente a las cosas que le hacen bien. Son algo divino. No sabes si creer o no. No sabes si correr, si cicatrizar la herida, si dejarla abierta, si ir por la derecha o por la izquierda. Lo curioso es que llegas igual. Siempre pienso es que podría haber sido cualquier cosa, pero fue ése cariño eléctrico el que me sacó de todas esos desasosiegos que vivía día a día.
En un principio su presencia en mi vida me molestaba de sobremanera, no entendía porqué, y me parecía lo más preciso poder cuestionar tanto las cosas. Quizás debía enfrentar lo que el destino me tenía deparado, para poder liberarme de lo que tanto me angustiaba. Primero hice lo que más me acomodaba dudar, una vez leí que dudar era lo peor, es como un espiral, o un agujero negro, nunca puedes salir de ahí. Noté que nunca era capaz de terminar nada, si empezaba algo lo hacía a medias.
No me lanzaba desde abismos porque no tenía claro si quería caer o no. No tomaba pedazos del pan, porque no tenía claro que quería hacer con ellos. Si comerlos o dejarlos ahí para otro. El mundo se atenuaba y hacía su vida frente a mis ojos y yo seguía igual. Necesitaba cambios, y el cariño eléctrico estaba al tanto de eso.
Quedarme donde estaba semejaba a un suicidio, irme de ahí era la cifra para estar bien. Es extraño, por decir lo menos, cómo uno se lanza a los abismos sin pensar muy bien qué pasará cuando quieras salir de ahí. Es lo mismo que el matrimonio, dicen.
El cariño eléctrico estaba más presente que nunca en mi vida, y me encantaba. Me hacía desaparecer de ese mundo en que todo era muy gris y abundaba el pesimismo, me ofrecía cadenas de un mundo mejor, cadenas que sin duda quería compartir, y yo estaba dispuesta a tener con él.
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