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En el principio de los tiempos todos eran dioses en la tierra. De sus dedos brotaban rayos de poder igual de potentes, sus tronos de oro y plata formaban un círculo donde ninguno mandaba más que el otro, y nunca guerrearon, como hoy cuentan algunas historias maledicentes. Es más, pasaban los días jugando, y como no necesitaban nada para alimentarse, y les bastaba y sobraba su belleza, el mundo permanecía gris y yermo, como un inmenso patio de recreo.
No había juego más excitante que abandonar sus poderes a la entrada de este recinto de juegos, y someterse a uno de ellos de común acuerdo. Un día se levantaron y quisieron jugar al escondite inglés. Cierto es que ellos no llamaron así, pero si los ingleses quieren tener el capricho de atribuirse el juego no somos nadie para negárselo.
Uno de los dioses se la ligaba en el juego. Trepó a lo alto de la nube y dejó sus poderes colgados de una roca. La vista omnipotente, la velocidad, la agilidad y la infalibilidad chocaron y tintinearon mientras el dios se encaramaba a la roca y comenzaba a contar. Un, dos tres, al escondite inglés, sin mover las manos ni los pies...y ¡zas! El dios se dio la vuelta y miró hacia abajo. Allí estaban los dioses en pose de estatua de piedra, pero en esto uno de ellos, demasiado acostumbrado a apoyarse en su bastón de equilibrio, trastabilló y fue a dar contra la arena, raspándose la rodilla además. Ni que decir tiene que los dioses eran en esos entonces compasivos y le permitieron recuperar un momento los poderes para curarse antes de ligársela por haber sido visto moviéndose. Eso sí, una vez curado el bastón quedó fuera.
El dios avanzó cojeando todavía un poco; pero ya nada le dolía, sólo lo hacía por aparentar. Llegó despacio a la nube más alta del cielo, y allí bramó imitando a la tormenta: Un, dos, tres, al escondite inglés, sin mover las manos ni los pies...y veloz se dio la vuelta y giro originando el primer huracán de la historia. Para su desgracia no fue eso lo único que hizo Abandonado su bastón volvió a tropezar en el algodón sedoso de las nubes y cayó todo lo largo que era, quedando cubierto el cielo de cristal por su túnica azul oscura, moteada de oro. Cayó trabado entre dos nubes, y un pedazo de niebla le taponó la boca.
Se revolcó intentando liberarse pero sólo pudo conseguir que algunas motas de oro de desprendieran del vestido y aplastaran a las mascotas de los dioses, unas pequeñas lagartijas verdes.
¿Qué pasaba mientras tanto con los otros dioses? Ellos sólo sabían que el dios torpe les estaba mirando, pues tras gritar “ni los pies” no había vuelto a decir nada. Luego casi seguro que estaba ahí, esperando a cazar al que fuera tan torpe como él había sido hacía un momento. Sonrieron entre dientes y se mantuvieron a la pata coja. Esperando, esperando. Pero ahí arriba seguía el dios inmóvil sin poder detener el juego ni cambiarlo, cuando todos los demás esperaban que fuera precisamente él quien lo hiciera.
Pasaron horas, y días y siglos.
La mayoría de los dioses pasó tanto tiempo aferrándose a la tierra que ahora forman parte de ella, y hoy son lo que llamamos árboles. A veces parece que el viento mueve sus hojas, pero no hay que dejarse engañar; son ellos los que tiemblan porque intentan mantener el equilibrio a la pata coja sin que se les caiga la sonrisa forzada. Sólo esperan para volver a ser quien fueron a que el dios les de la espalda y les libere.
De haber sido todos los dioses así no habría más historia que contar, pero por suerte hubo algunos más impacientes, o quizá más débiles, que abandonaron el juego, discretamente, y se dedicaron a patear piedrecitas en el campo de juego esperando a que el jefe cambiase de juego. Se hicieron más y más pequeños por el miedo a ser descubiertos, y acabaron olvidando que habían sido dioses, tanta era su obsesión por esperar palabras en lo alto de alguien que era igual que ellos. Estos somos nosotros, y así seguimos; como dejamos nuestra visión todopoderosa a la puerta del patio no sabemos que el dios que la ligaba sigue trabado y encaramado al cielo, escupiendo pedazos de nubes y sin haber conseguido hablarnos aún.

Texto agregado el 03-09-2003, y leído por 253 visitantes. (0 votos)


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