Hoy, sentí el peso de cincuenta años casi, sobre mis hombros, me besaron ansiosos lengua furtiva y se acurrucaron en mi pecho, frotándolo tiernamente.
Caminamos juntos por un parque y a la bajada al mundo real me besaron una vez más, tristes lloraron anunciado conclusiones inesperadas como lo gritos escondidos dentro de mí.
No quise lastimarnos, pero no podía creerlo, cincuenta años me acompañaron a dar la vuelta por el centro de mi vida y al juntos mirar los árboles de esa ciudad desnuda, me tendieron la temblorosa mano de saber no se hace lo correcto...
La invitación corrió por su cuenta y el hotel de paso al invierno no alcanzó a ver nuestros rostros intimidados, mientras el temor invisible se pintaba de rojo imposible, afortunadamente.
No pude rechazarlos sin saber el porqué, pero habló el corazón afligido, imaginando que nada de lo que ocurria entonces pasaba de ser una absurda fantasía que había traspasado la puerta del erroneo sueño en un campo desierto.
Charlamos largo rato y la caida del sol anunció la partida, pero la risa calmó el rubor impertinente y a las aves que circundaron nuestro encuentro, hasta que todo terminó amistosamente, profundo.
El juego de lo imposible cambió de bando y se juntó con la realidad absurda y caprichosa, ahora que mi conciencia tranquila de todo aquello me permite vislumbrarlo más tranquilo y relajado, en el menguante de esos breves momentos. |