El Angel Negro
Nadie se sorprende de sus ausencias, ni repara en sus silencios, nadie intuye siquiera su tropiezo, ni menos consuela sus tristezas, sólo su mirada conteniendo la ocultación de sus secretos.
En la habitación, que es su refugio, su guarida; el oasis donde celebra el gozo ante ese silencioso pedazo de vidrio que la refleja, y cobra vida convirtiéndose en el amigo mudo, cómplice de sus más íntimos secretos, se desnuda, es el único que la escucha sin censura ni reproches.
Se mira a si misma cumpliendo con su rol de esposa fiel, a pesar del circo y la ficción en que se ha convertido su matrimonio, en donde el tedio y el hartazgo se han instalado.
Visualiza su papel de madre abnegada que le llevó a olvidar su propia vida para dedicarse a la de sus hijos, así le enseñaron, así debía ser, aunque ahora ellos, apenas lo recuerden. La visitan en vacaciones, pues ambos estudian fuera, y siempre tienen cosas que hacer, amigos que visitar, reuniones, fiestas, en las que ella no tiene cabida.
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Entre las sombras de la noche y los silencios de la madrugada su mente teje marañas de sueños contradictorios entre lo que es y lo que quiere ser.
Necesita cambiar para sentirse viva; esta cayendo en la tentación de liberarse a los vientos del perverso destino, de ese círculo abierto, revuelto, mezclando el cielo y el infierno con coraje lívido y miedo.
Su vida comienza a tejer nuevos sueños con las cuerdas de su seductora realidad, esta pasando del invierno crudo a la primavera de árboles frondosos, de praderas anaranjadas, de pétalos y enredaderas.
De pronto se agolpan en su mente los recuerdos de aquel día no muy lejano en que decidieron alquilar el bungalow desocupado; cuando aquel joven de sonrisa enigmática apareció en su puerta solicitando alojamiento. Venía, según dijo, a refugiarse de la azarosa vida en la metrópoli, a meditar y escribir en la tranquilidad que se respira, en la ciudad de la eterna primavera.
Como pasaba gran parte del día sola, sus charlas interesantes y su mirada soñadora despertaron en Cristina, primero sus instintos maternales, sin darse cuenta se fue excediendo en sus labores, en sus obsequios no pedidos, pero que significaban para Jean un gran reconocimiento. A menudo se contaban parte de sus historias, de sus sueños y decepciones, el sonido de su voz aunado a sus miradas dulces la hacia vivir en un mundo fascinante.
El era atento con ella. Desde que llegó a la casa procedente de Paris, su ciudad natal, nadie le había tratado tan bien y tan desinteresadamente. Por lo que Cristina pasó a ser una mujer a quien respetaba.
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México es un país mágico le decía, y como no había capricho que no se cumpliera ni argucia que no intentara para conseguirlo, se dedico a planear su viaje y unos meses después sin muchos recursos estaba recorriendo gran parte de la república.
Su encanto diabólico y su ingenio cautivaba a sus interlocutores, y pronto ascendió en la escala social, su mente siempre maquinaba la forma de verse beneficiado, sin causar sospechas, su instinto natural para hacer amigos, y para conquistar a las mujeres, hizo que pronto pasará a ser el invitado especial de las reuniones, lo mismo en casas de lujo, que en yates de personajes importantes.
Sabía disfrazar su malicia con seducción para sacar ventaja, y de su perversidad emanaba cierta lujuria que atraía a la mujeres haciéndolas perder su voluntad y entregarse a sus deseos. Así se involucró en todo tipo de negocios, y aventuras por demás ilícitas, hasta el día que fue sorprendido por un traficante de telas, a quien robaba en complicidad con su propia esposa.
Amenazado y perseguido, buscó refugio con Juliana, la única de sus amigas a quien no había pedido favores, algunos días después y ayudado por ella, encontró el rincón ideal que le serviría de escondite.
Juliana era médica, encargada de una clínica de cirugía plástica, por lo que su tiempo libre era limitado, sin embargo se escapaba los fines de semana a verlo, pronto pasó de ser la amiga, a la amante proveedora de las necesidades de Jean y de ella misma, dando rienda suelta a sus pasiones, a las drogas y los escándalos, se encerraban durante días enteros en el bungalow, dejando de ser para sentirse desenfrenadamente.
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Cristina desde su habitación escucha todo lo que pasa, e imagina la escena más allá del muro, agitada y sudando se revuelve en la cama, apenas logra cerrar los ojos, mientras su cuerpo se transforma y su mente alucina, al escuchar los gemidos de aquella mujer.
Imagina los labios del joven resbalando sobre su piel, esos labios abrasadores que le causan estremecimientos, cada beso imaginado se va transformando en una sensación más fuerte, más cálida, más exigente.
Quisiera ser ella la receptora de las caricias, de los besos de ese joven lindo de cabellera rubia que llegó a cambiar su vida, sin él apenas saberlo, ni proponérselo.
Cada semana viviendo horas de tortura, de locura, sintiéndose sin ser, estando sin estar...a la espera del éxtasis, del placer ajeno..
Su vida dio un giro que la mantiene flotando en un presente irreal.
El es el ángel que vino a darle sentido a su vida; con él quiere conocer nuevos mundos, sin pasado y sin futuro..... quiere comenzar a vivir.
Sí, sus ojos se inundan de color al recordar su boca, le reconforta su presencia, cuando perdida busca rescatarse, cuando el estadillo de su mente quiebra su razón…aunque por ahora él ignore el cúmulo de emociones que le provoca.
Empeñada en conquistar las atenciones de Jean ocupa su tiempo en atender sus necesidades, por las mañanas lo espera el café humeante, el pan recién tostado y la mermelada de mora impregnada de dulces destellos de erotismo, que él por supuesto, ignora.
Prepara deliciosos platillos que comparten a la mesa entre risas que se acompañan de miradas que se entrecruzan, de ademanes enfáticos donde sus palabras fluyen mientras sus labios brillan deseosos de perseguirlas con vocablos amenos, tratando de parecer discretamente seductora.
Él, cómo buen cínico hace alarde de sus secretos obscenos incluido alguno que otro desliz homosexual que aceptó en pos de perseguir sus sueños. Sin omitir detalles, se regocija y ríe de todas sus fechorías.
Esta fascinación por lo prohibido envuelve a la mujer en ese mundo perverso que conoce sólo a través de su voz.
Empieza a maquinar la manera de romper los candados que la tienen atada, que la asfixian, observando con asombro su irrevocable decisión de liberarse, está decidida a hacer exactamente lo que quiere, y con apenas algunas ropas empacadas se presenta ante el joven de mirada perdida.
- ¡Nunca me tocaste, pero soy más tuya que ninguna, nunca me pediste nada, y sin embargo estoy dispuesta a hacer todo por ti. Llévame contigo, libérame de mis cadenas, sólo tu puedes hacerlo!-
-Quiero tu sonrisa en las mañanas, quiero el aroma del café, del tabaco...de tu sexo en mis entrañas, quiero resplandores de vida con tu vida...eso quiero de ti.-
El hombre se queda impávido, incrédulo ante tales revelaciones de la única mujer a quien veía de forma diferente. Quien era realmente su amiga, y le recordaba en cierta forma a su madre. Apenas puede creer que esto le este pasando.
-No puede ser Cristina, no me corresponde esa responsabilidad, ni quiero, ni debo hacerlo.-
Fue lo único que dijo, por más que las lagrimas atropellaban las palabras de la mujer, que insistía suplicante.
Ante la ira y el desprecio que le provocó tal revelación, se vio a sí mismo, asqueado de su vida y de la de los demás. Dio media vuelta y se apresuro a guardar sus pertenencias para salir corriendo......
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Cristina más sola que nunca, visualiza, como salida el suicidio.
Al apagarse la luz de todas sus ternuras, de subirse en nubes de algodón acaramelado, tras noches y noches de intentar locuras, de quererse liberar de sus mundos cotidianos.
Ahora todo es sombrío, todo es ventana vacía, todo es espacio sin sus miradas.
El sonido del portón la volvió a la realidad, seguramente es su marido que llega tarde como siempre y ella se hace la dormida, también como siempre, no desea hablar con él. Ya no le inspira ningún sentimiento. Ni siquiera el rencor por el abandono que antes le atormentaba.
Sus gritos suenan cual explosión en la lejanía, en el más allá, hasta convertirlos en parte del aire, si acaso sonidos como campanas opacas de resignación...
¡Que mayor suicidio que la sensación de soledad que mutila su cordura!
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