Las hojas de los árboles sllozan conmigo, pues nunca he tenido corazón, no he podido amar con la fuerza del tigre o la maldad del dictador.
Siempre es algo rapido, faláz y humano, donde nunca me siento con animo de alzarme. Sufro, y es una osadía vertida en alma de nigromantes rebeldes a la ley de Dios, porque duele rebelarme a la verdad que no deseo escuchar todos los días de mi pena.
Es en este bosque donde las hojas lloran, y tanto dolor pregonan que mueren y caen, me cobijan con su fenecer porque les duele tener que tocar el suelo frío como una lapida, donde los sueños duermen eternamente.
Quiero aprender a amar, porque la soledad no es tan dulce como la miel del acompañamiento. Y sin embargo... Es una harmonia poder encontrarme solitario en la oscuridad que un pandemonio me otorga, aunque deseo compartir las perspectivas que tengo cuando oigo el aullido agonizante de un animal nocturno.
Paso lentamente por los suelos de pedreria, pero no siento más que el frio de mis manos, ahogadas en pieles y materiales para protegerme. Incluso, las hojas que han tocado un solo dedo han sido convertidas en el cubo helado que he dejado en mi pasado.
Nocturna alcurnia desvencijada en mi mente, por favor dime, en suplica postuma, cuando revelaras tu destino amoroso a este perro vil...
Años han pasado, hoy estoy vivo, años pasaran... Pero jamás he de encontrar la piedra angular al destino que buscaba.
Por eso viajop en este bosque, pues auqi sufragan mis penas y donde no recuerdo más que las delicias de un amor que nunca vendrá... |