Siéntate en una cafetería y observa. Pídete un café, yo lo prefiero con leche y si es posible, un bollo casero para acompañar. Todos acabamos siempre observando a aquel curioso muchacho sentado en la mesa de la esquina de la cafetería mientras lee el periódico de la mañana y sin más compañía que su propia soledad. ¿Por qué? Tal vez, es como vernos a través de un espejo ¿No? Porque, realmente, también nosotros estamos solos en nuestra mesa, con nuestro café y nuestro bollo. Tenemos, tal vez, nuestro portátil encendido y repasamos la ortografía de nuestro próximo relato, o del artículo que, tal vez, esperamos publicar. Puede que solamente estemos delante de un archivo de Word en blanco, esperando esa inspiración que sólo nos llega cuando escuchamos el dulce silencio del que es nosotros en esencia y reflejo: ese joven solitario del periódico que, de reojo, mira a las personas que pasan a su alrededor como esperando que alguna de ellas se siente a su lado. Pero nadie lo hace. ¿Por qué? ¿Qué hay de especial en ese muchacho? Ha pedido lo mismo que yo y mueve la cucharilla dentro de la taza con suma delicadeza, como si el café hubiera llegado al borde y temiera derramarlo. El periódico lo tiene abierto por el centro y parece leer una noticia con avidez especial. Yo también tengo un ejemplar del periódico y, queriendo saber lo que lee, lo abro por la misma exacta página que él está terminando. Nada especial, sólo deportes. Es algo típico de aquí, leer pasatiempos carentes de importancia. Puede que en la página anterior hablara de un asesinato o de una nueva nueva ley que pueda poner en peligro su trabajo; pero eso da igual, sólo importa el pasatiempo. Si se fijaran en su rostro, no sabrían decir si es satisfacción o derrota lo que siente su mirada por el resultado de su equipo. Yo sé que no es un empate, y sin embargo, pasa la página sin más miramientos, sin sobresalto alguno, sin ese espíritu deportivo sangriento de nuestra época. Sigue pasando páginas lentamente mientras yo lo sigo en su camino. Se para en una, la observa durante medio segundo y continúa. Ha llegado al final del periódico y lo cierra. No había nada interesante y el café se va a enfriar. El mío también y debo tomarlo. Lo cojo y bebo un sorbo…
Debo decir que resultó excepcional comprobar que cuando volví a bajar la taza de mis labios, él ya no estaba allí.