Domingo
Abre los ojos, en su recámara hay mucha luz, demasiada. Siente algo de dolor en la cabeza, en los pies. Intenta incorporarse, pero todo le da vueltas; por fin lo logra y se dirige hacia el espejo. Siente un escalofrío que recorre su espina dorsal y siente cómo su corazón se acelera rápidamente: tiene un ojo morado y sangre en el rostro. Ve sus manos y tiene varias cortaduras en los puños, así como pequeños trozos de vidrio incrustados en la palma. Se dirige al baño.
En el botiquín sujeto a la pared busca algo con qué quitarse las diminutas astillas transparentes, casi invisibles; encuentra unas pequeñas pinzas. Abre el grifo que está justo debajo del espejo y espera a que el agua caliente salga. Entonces, pone sus manos bajo el chorro humeante y quita los vidriecitos uno por uno; sale un poco de sangre. Lava sus manos con agua y jabón y hace lo mismo con su rostro. Duele mucho. Localiza una herida no vista previamente: una abertura en la comisura izquierda.
Se desnuda. Abre la llave de la ducha y cierra la puerta. Detrás de ésta hay un espejo de cuerpo completo. Siente miedo de verse. Gira primero el cuerpo y luego el rostro, con los ojos cerrados. Los abre y profiere una exclamación que se pierde fácilmente entre el vapor del agua que sale de la regadera. Tiene un gran moretón en las costillas del lado derecho, que se pierde debajo del seno del mismo lado. Se da la vuelta y en la espalda tiene un golpe igual o más grande, por el omóplato derecho. Ambos color verde y morado.
En las dos espinillas tiene más contusiones, una de ellas termina en una cortadura. Sus dedos gordos de los pies están completamente morados y ese color alcanza dos deditos más. Le duele la carne debajo de las uñas.
El vapor que difumina su silueta le recuerda que el agua se está tirando. Regula la temperatura y se mete. Su cabello corto y negro se moja rápidamente. El contacto de sus heridas con el agua tibia le produce algo de alivio; sin embargo, hace muecas al moverse y se queja un poco.
Se percata de que sus manos y sus rodillas tiemblan, en ese momento el vómito sale de su boca; los espasmos se repiten unos cuantos segundos más. El baño se llena de un desagradable olor ácido, por lo que abre la puerta y la pequeña ventana del mismo. El olor del desecho estomacal se dispersa entre los aromas del shampoo, el jabón y la pasta de dientes.
Termina de bañarse y regresa a su recámara. Abre la ventana: huele mucho a alcohol. Hay ropa tirada por el suelo y se nota que al acostarse lanzó su calzado: está una bota en una esquina y la otra a la mitad del recinto.
Va al clóset y la imagen no inhabitual del espejo que se encuentra en el camino la toma por sorpresa. Ya no hay sangre, pero sí enrojecimiento en uno de los pómulos y alrededor de la comisura.
Se quita la toalla que la rodeaba y abre el ropero: saca una blusita de tirantes blanca, unos jeans muy deteriorados y un suéter negro de cuello de tortuga; se viste. Busca unas calcetas a rayas rojas y blancas, levanta sus botas y se calza.
Regresa al baño: algo de espuma en el cabello, filtro solar y crema en las manos. De vuelta en su cuarto se maquilla un poco, corrige los enrojecimientos y busca sus lentes oscuros. Toma sus llaves, su cartera, y sale.
Sábado
Despierta. La luz naranja que llena su cuarto le dice a su cerebro que el sol se está poniendo. Se levanta y hace unos cuantos ejercicios de estiramiento (se agacha y levanta; mueve sus brazos arriba y abajo; gira su cabeza). Se sube a su bici estática y comienza a pedalear. Pasa un rato. Se baja y coloca un tapete morado en el suelo; hace unos cuantos abominables. Toma las mancuernas y comienzan las repeticiones. Anochece.
Prende el bóiler y busca la ropa que va a ponerse. Lo mismo: una playera negra y unos jeans; botas. Se baña y cambia. Se pone un poco de sombra gris, rímel y brillo labial.
Sus uñas negras enmarcadas en dedos blancos desatan el nudo de una bolsa de pan, come una rebanada con mayonesa y un sorbo de jugo de durazno que toma del refri. Deja todo en su lugar. Sale.
Llega al bar de los viernes y los sábados (hay otro para miércoles y jueves). El host levanta un poco la cadena y ella entra. Sus amigos están en la entrada, donde siempre. Saluda, va a la barra y pide una cerveza. Le dan dos. Comienza a beber. Regresa con sus amigos.
Al ir por segunda ocasión a la barra, ve un gran letrero que anuncia dos por uno en vodka, tequila y ron. Sin dudarlo siquiera, pide un moradito. Le dan dos. Cuando termina de beberlos, pide un tequila derecho, limones y sal; también obtiene un par. Y así: cerveza-vodka-tequila.
Un par de horas después ya no escucha la música y sólo ve siluetas. Se levanta para ir al baño, con una botella de cerveza en la mano. Se tambalea al caminar. El tocador de las chicas está al fondo del lugar, al final de un oscuro y apartado pasillo.
Mientras orina le da el último sorbo a su cerveza y en ese preciso instante escucha un leve chasquido: es la puerta exterior del sanitario cerrándose (hay pequeños privaditos donde están los WC); el instinto le corta la inspiración… y la borrachera; la hace levantarse y abrocharse en pantalón en dos segundos. Silencio.
De manera enérgica y súbita, alguien abre la puerta del baño contiguo; ante el ruido Iris se sube a la taza y toma la botella al revés, por el cuello. Una sombra se agacha tras el cancel translúcido del cubículo donde se encuentra; la persona que está ahí afuera, al no ver los zapatos de nadie, desliza la hoja lentamente para cerciorarse de que el lugar está vacío. La respiración de Iris se agita, entrecortada. Una silueta femenina aparece en el umbral. Se miran a los ojos. Iris nota que es pelirroja y que está armada; inmediatamente después se cerciora de su falta de femineidad… y de sus ojos vidriosos. Comienza a sudar. Empuña con fuerza la botella y le asesta un golpe seco en la cabeza, lo que hace que la botella se rompa. La pelirroja pierde la coordinación un par de segundos y su navaja se desliza por el piso.
Aunque Iris trae el gollete, la pelirroja le da un puñetazo en la cara, lo que la hace soltarlo y caer al suelo. No sabe cómo, pero se la quita de encima; la machorra intenta someterla contra el piso. Le da un cabezazo en la nariz y se incorpora, para después patearla, pero la pelirroja se levanta, le detiene los patines con sus piernas y le alcanza la cara de un puntapié. Iris sangra por la boca y la nariz. Se lleva las manos al rostro y a través de sus dedos ve cómo la pelirroja busca la navaja; ella hace lo propio. Se sitúa detrás de la pelirroja, espera a que ésta se dé vuelta y le golpea el cuello con el gollete; le tapa la boca para ahogar sus posibles gritos, pero deja de moverse en un par de segundos. Iris sale del baño tras fijarse si puso el seguro por dentro.
Mira a través del oscuro pasillo y se cerciora de que no hay nadie. Corre a través del mismo y de ahí camina hasta la salida. Agacha la cabeza y se cubre el rostro con ambas manos; parece que nadie nota su presencia. Se sube a su auto y da un par de vueltas por el centro de la ciudad para ver si alguien la sigue; luego busca el camino a casa.
Sin saber cómo, llega al departamento. Le cuesta trabajo introducir la llave en el cerrojo, ya que le tiemblan las manos. Su mente no asimila lo ocurrido. Entra a su recámara y se sienta en la cama. Comienza a llorar y a balancearse hacia delante y hacia atrás, con las rodillas en el pecho. Se deja caer en la cama. Siente que no puede respirar y se quita la ropa. Lanza sus botas a la nada. Se cubre con sus cobijas y comienza a llorar a grito abierto. Una hora después, se queda dormida, sin imaginar siquiera lo que le espera.
Lunes
Ella va manejando su sedán negro por el centro de la ciudad y enciende un cigarrillo; suena su celular, contesta y un agente de Tránsito la descubre. Le marca el alto.
- Buenas tardes, señorita. Su licencia, por favor.
“Claro, oficial”, dice ella, en medio de un hondo suspiro de hastío. Le extiende la credencial.
Tras leer el nombre y corroborar la fotografía, el agente se disculpa y se aleja un poco, dicta el nombre de la chica a alguien del otro lado del radio y voltea a verla. Comienza a describirla. Hace una mueca de desagrado y se dirige a ella nuevamente.
- Me temo que me tendrá que acompañar-, dice el agente.
“¿Por qué, oficial?”, contesta ella, algo turbada; le tiembla la voz.
- ¿Qué no sabe que hablar por el celular mientras maneja está prohibido?
“Pues sí, pero es que era una emergencia. Déme chance, no sea así, acabo de salir de mi casa y no he hecho nada que ponga en riesgo la vida de nadie…”
- Lo siento. Las unidades que la escoltarán vienen en camino.
“No puede ser”, suspira Iris, mientras llaman su atención las luces rojas y azules que se reflejan en una pared cercana.
Llegan cuatro camionetas. Se coloca una de ellas frente al sedán negro y otra detrás; el resto hasta adelante. Una de las policías le “pide amablemente” que los siga.
***
Iris está sentada frente a una ventana, viendo el horizonte. Ataviada con un suéter negro de cuello de tortuga y unos jeans muy deteriorados, intenta recordar todo lo que pasó; su mente hace un esfuerzo por alcanzar lo borrado por el trauma. Unas llaves llaman su atención: alguien abre la puerta del sitio donde se encuentra.
- ¿Iris Valladares?
“Sí”.
- Los agentes la esperan-. Es una guardia de la procuraduría, una gran y gorda mujer con lentes de aumento.
Iris estaba encerrada en una oficina con vista a la parte de atrás del recinto que presuntamente se encarga de procurar la justicia. Prácticamente no había nada qué ver, salvo una loma, y muy al fondo, algunas montañas azules.
Camina cabizbaja y algo nerviosa, custodiada por la mujerona. Llega a una oficina donde se lee “Homicidios” y su corazón intenta salirse de su pecho.
Como de la nada surge una señora muy blanca y rubia, quien se abalanza sobre ella, gritando, arañando, golpeando, llorando. Iris no sabe qué hacer y sólo se cubre el rostro. Un sujeto mayor, pelirrojo, intenta asesinarla con su mirada y retira a la mujer.
- Son los padres-, dice la guardia.
“¿De quién?”, pregunta Iris con un dejo de desconcierto.
- “No te hagas, muchachita”- responde la mole femenina con media sonrisa en el rostro.
Una vez adentro de la oficina, el comandante, gordo, calvo y sudoroso le señala una silla. Ella hace lo propio y espera en silencio. El marrano humano está manipulando papeles y fotografías. Le extiende una.
- ¿La conocías?-, cuestiona. Iris la toma y la observa detenidamente. Es grotesca: muestra a una muchacha muy pálida con los ojos bien abiertos y los labios azules; una gran cortadura en el cuello, de lado a lado, con unos cuantos trozos de vidrio aún; tiene expuesta la tráquea.
“No, señor, creo que nunca la había visto”.
- ¿Crees o estás segura? No estamos jugando.
“Estoy segura. Nunca la había visto”.
- Hay indicadores de que una chica con tu media filiación estuvo en el lugar donde la asesinaron. ¿Te tomaron tus huellas?
Iris se mira los dedos y nota la tinta. “Sí, y me hicieron muestras de…”
- Sí, lo sé. El maldito lugar era una carnicería: había mucha sangre por todos lados, pero por las lesiones que tenía ella en los nudillos suponemos que la otra persona también salió lesionada, justo como tú lo estás ahora. Supongo que sangraste… ¿Qué te pasó?
“No me acuerdo. Supongo que un borrachazo. Estaba demasiado ebria”.
- ¿Drogas?
“No. Tengo cierta afición por la bebida, pero nada más… Lo más seguro es que me hayan querido asaltar, o algo así; no podía sostenerme en pie, no supe cómo llegué a casa. Estaba con mis amigos y de repente desperté en mi cuarto y todo me dolía; y sí, tenía algo de sangre en el rostro”.
Un médico entra. Le extiende un sobre al comandante, busca a alguien en la habitación y repara su mirada en ella. Hace un gesto de negación con la cabeza, luego suspira y sale.
El policía abre el sobre y saca un papel que desdobla rápidamente. Su cara anuncia algo no muy bueno.
- Tus huellas se parecen mucho a las que hay en el gollete con el que le hicieron eso a la chica-.
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