Bastó ese segundo, clandestino de nuestras miradas, para aplacar el frío de la la noche, esa complicidad taciturna de los asesinos. Mis manos teñidas de sangre, su boca dibujando una mueca aletargada.
El hombre seguía tendido en el piso, con la boca enjunta, el ceño fruncido y una brazo amarrado a su espalda, estaba medio desnudo, prolijamente acomodado cerca de la silla.
Un lamento salió de su boca, le propine una patada en la cabeza para que se aturdiera.
Estaba enloquecida, con ese mutismo perverso de las pesadillas. Fumaba un cigarro mientras miraba desangrarse a ese extraño. Hacía frío de esos que sólo suelen sentirse los días de invierno, internados en los suburbios.
Kail, me miró con cara de asombro, yo le di un beso apasionado y nos retiramos del lugar, aquel hombre quedó tendido, no tenía remedio, sus dos pesos me servirían para un pito, que me fumaría en la fiaca o con mis amigos.
Tomé de la mano a Kail y nos encaminamos por la avenida, era una noche fría, pero sentía un calor asesino en las venas. |