Mi querido Tu:
En el amor y el desamor, la turba de sentimientos encontrados se levanta en el ápice de mi ser.
La aquella y vieja grezca sentimental, intensa, que se forma en el vertigo del naufragio afectivo. Navegando por la nada y el ser, porque te dejo de querer repentinamente, y lo eres todo a la vez.
Una vieja ilusión que me cansa, y me desborda y me agota. A veces me anima, aunque sepa que la magia desaparece cuando pronto algo se rompe.
Y de pronto, me despierto con ganas de tenerte toda la vida, y saberte mío y yo tan tuya.
Te tengo. Te respiro. Te vivo. Te miro.
¿Y qué eres? Mezcla de realidad y poesía viva. Fantasía concreta.
Todas las voces de todos los ecos ya escuchados, y todas las entremezcladas de azules y muy rojos.
Del instinto conocido que despiertas como el mar embrabecido, y desde tu destiero, te abordo con el espejo en tu mano.
Ahí estás, nuevamente. Y así eres: tan fugaz y permanente.
Porque te conviertes en otro, sabiéndote en todos lados.
No quisiera creerte finito e infinito.
Y por qué entonces, si eres de este mundo mío, te escondes, y te quedas en la intensidad, que te aparta del tiempo mesurado, apuntalado por el reloj que paraliza, el momento.
Hasta que tengas que partir y me dejes aun tan mía.
Sales de la casa, y vistes el saco que te perfecciona para la ocación.
Es ahí cuando te pierdo, y cuando te veo tan fuera de tí, devorado por lo que te dicen, y convertido en un perfecto híbrido al servicio de los pensamientos de otros.
Y cuán lejos te siento.
Casi ni te reconozco.
No creeré lo que me quiera creer. Ni deambularé entre los pasadillos de lo inimaginable.
Ni comeré de migajas, bañadas de promesas cambiantes.
No puedo existir entre sueños cargados de ideales, y solo verlos contemplados.
Quiero crear en mis propios sueños, vivir de ellos, y pensar que la muerte despierta reencarnada en los días que amanezco.
Pero ¿sabes?, hay días en que me rompes la vida. Me la quitas. Me quiebras, me tumbas, como un perfecto extirpador de alma, y pierdo el piso, y me desplomo como marioneta que deja la mímica.
Días oscuros en que ni siquiera te das cuenta que mi alma me abandona.
Por qué me quieres, y para qué me alejas, y a dónde me llevas, y me buscas.
No necesito que me hagas sentir la única ofrenda de tu altar, o el cenit nunca visto.
Soy una más, con los mismo trapos usados, y los mismos gestos conocidos. Y aquí estoy, con sabiéndote lejos, y extrañando tu presencia.
Por tus preferencias y exclusividad que no la aguanto.
Por tus marcas diferenciadas, y reconocimientos.
Porque haces que las ilusiones se desvanezcan, y que hacen no más que llevarte a la fantasía de una sin realidad,
atemporal.