Ahí va otro cuento descerebrado realizado por las locas cabezas de (por orden de colaboración):
uRaNiA
betelguese
Malomo
Flperez
janselme
moebiux
MarcelaVergara
Selkis
eles pectador
sal
monilili
Las luces de la ciudad brillaban a lo lejos. Clara había subido a lo alto de la colina del Gallo Picoto, la llamaban así porque era el picadero de las parejas del barrio de San Serenín. Subía allí siempre que quería soledad. Sentada en el capó del coche pensaba en su padre: "¿Dónde estas?". De pronto, vio las luces de un coche que subía deprisa por la carretera comarcal que salía del centro comercial de las afueras del barrio. Chirriaban los neumáticos a cada curva que tomaba con demasiada velocidad. "Joder", pensó.
El coche llegó en un santiamén al aparcamiento de la colina, un Calibra rojo con música “bakalaera” a toda hostia y cinco esperpentos dentro con botellas de cerveza de litro y medio en las manos.
Aparcaron junto a su coche y salieron riéndose y gritando como energúmenos. Sintió miedo y disimuladamente bajó del capó, abrió la puerta del coche y cuando se disponía a entrar el más alto de todos, que ya estaba junto a ella, se interpuso entre la puerta y ella y le dijo sonriendo:
—¿Ya te vas, ahora que empieza la fiesta? —su aliento alcoholizado casi le hace vomitar. Detrás, los otros reían y soltaban tonterías con las botellas en la mano.
—¿Hay alguno que me pueda dar una buena respuesta para no quedarme en este lugar? —dijo con temple, tratando de disimular su angustia—. Por lo demás creo que aquí hay espacio suficiente como para que cada uno haga lo que se le venga en gana. Por favor déjenme y váyanse a otro lugar.
—Mira, nosotros no vinimos acá a mirar las estrellas, acaso alguno trajo binoculares —rió el hombre.
Los otros rieron estúpidamente, salieron del vehículo y se acercaron donde estaba ella. En ese momento no tenía muchas opciones, rodeada como estaba. Tenía la remota opción de realizar una acción desesperada, como era entrar al vehículo al primer descuido de aquellos, luego, acelerar, dejar tirado a algunos si es que era necesario o si fallaba este plan, entablar una conversación que le permitiera tomar tiempo y pensar. Pero se encontraba con gente que lo que menos pretendía era razonar. "Ay padre, porqué me trajiste hasta acá", pensó. Era su recuerdo, la desazón que sentía hacia él, el motivo que la llevaba a buscar los sitios de soledad donde pudiera encontrar respuestas. “Respuestas hay muchas”, pensó, “no todas son válidas, pero al menos te permiten escamotear el problema, seguirlo, acomodarlo, darle respiro, a la espera de que se encuentre la que mejor se ajuste a la situación conflictiva”. Ahora se encontraba en un problema mayor que podría desembocar en una traumática experiencia y para la cual quizás no hubiera más respuestas, más pensamientos posteriores. Todo le daba vueltas, podía echar a correr, simpatizar con ellos, entregarse a la lujuria que promovían, beber hasta quedar borracha y regresar al término de la juerga a su casa con el pesar de haber estado en un lugar equivocado en momento equivocado. ¿Era cierto esto, existían los lugares inadecuados, las compañías inadecuadas o uno atraía lo que era en su fuero más interno?
Alejó de sí este pensamiento. No era su culpa estar en el camino de unos borrachines fuera de control. “Estos tíos necesitan emborracharse para hacer algo, pues estoy segura que me los encuentro de a uno en la calle y si me los quiero ligar miran para otro lado.”, pensó.
Mientras, el que la había interceptado en primer lugar, intentaba abrazarla balbuceando frases en las que parecía creer que ella estaba más que ansiosa de entregarse a sus brazos.
Éste era a todas luces el líder del grupo, el audaz que marcaba la pauta de comportamiento de todos los otros. Ella calculó la situación y se dijo que era con este que tenía que resolver el problema. Cualquier clase de forcejeo hubiera sido un detonador para derribar los últimos vestigios de civilización que el alcohol todavía no había ahogado.
Los otros muchachos rodeaban la escena arengando al líder a que pasara a mayores en su iniciativa:
—¡A ver Pepe, acaríciale las tetas que se pondrá cachonda al instante! —gritaba uno.
—¡Venga Pepe, vamos a follarla que esta muy buena la tía! —coreaba otro.
Ella escuchaba con pavor interno esos gritos, y viendo que el escape estaba descartado, decidió jugarse el todo por el todo.
Disimulando su miedo comenzó a desabotonar su camisa lentamente, y ensayando una mirada lasciva directamente a los ojos del líder, habló bien fuerte como para que la escucharan todos los demás:
—Tranquilos niños, que aquí hay suficiente hembra para todos, lo único que debo advertiros es que os pongáis un preservativo bien gordo porque soy portadora de VIH.
—¿Que coño es eso?
—¡Hombre! ¡Que tengo sida!
—¡Tu puta madre! ¡Que esa cabronada no me la creo!
—Pues cree lo que quieras, me da igual, follar me encanta y hace mucho que no lo hago sin condón...
Las risas de los muchachos se acallaron de pronto.
Terminó de desnudarse. Atrajo hacia sí el cuerpo de Pepe y mientras le comía la boca, quitó todo aquello que le estorbaba para sentir en su mano el peso de su miembro. Lo acariciaba con las yemas de sus dedos. Usó todas las armas de mujer para provocar la mayor lascivia posible en sus, ahora ya, admiradores. Colocó un pie sobre el parachoques de su auto y empezó, sin dejar de hacerlo en el de Pepe, a acariciar su sexo.
—Déjalo Pepe. No merece la pena —le repetían una y otra vez sus cuatro amigos a los que su confesión les había "cortado el rollo".
Pepe hizo un intento de separarse; pero un suave apretón de sus dedos en el glande impidió la retirada.
—¿Oyes? Dicen que no merezco la pena. ¿Tú que opinas? —comenzó a sentirse cómoda en aquella situación. Ahora tenía la sartén por el mango, nunca mejor dicho.
Pepe sabía que estaba ante el polvo de su vida. Pero, ¿y si fuese el último?.
No, no estaba tan desesperado como para jugarse la vida por un simple polvo. Aunque la tía le hubiera puesto a mil sus amigos tenían razón, no merecía la pena. Pero de repente, le surgió una duda.
—Pero esto del SIDA con la saliva no se pega ni ná, ¿no?
Miró al Chapas, que era el que tenía más luces de sus amigos, y al instante a este se le pasó la misma idea por la cabeza. Le devolvió la mirada asintiendo.
—Bien, pues vete poniendo de rodillas que no nos vas a dejar con este calentón, puta.
El resto rieron y Clara se estremeció al ver su mirada viciosa.
—Y cuando acabes conmigo, te esperan cuatro rabos más que chupar. Menudo banquete te vas a dar esta noche.
Continuaron las risas.
Clara sintió entre sus manos que el miembro de Pepe se iba endureciendo. El Chapas se acercó a donde estaban y cogiendo a Clara del cuello la amenazó.
—No tendrás ningún problema puesto que te encanta follar, ¿no? ¿O todo esto del SIDA es un farol?
¿Qué podía hacer? Se sintió culpable por haber provocado la situación en vez de haber salido corriendo, o haberle dado una patada en los cojones al tipo aquel... Las lágrimas amenazaban con asomar, pero las contuvo todo lo que pudo porque vio cómo el líder de aquellos esperpentos la miraba fijamente. "Si se este animal me ve llorar, sabrá que he mentido y estaré perdida, totalmente perdida..." Así que, tragando saliva, se arrodilló.
El líder se bajó rápidamente los pantalones, el boxer y se agarró el miembro erecto.
—¡Ey, tíos! ¡Mirad que dura me la ha puesto la guarra esta!
Sujetando a la chica de la muñeca, tiró de ella.
—Venga, nena, ¡a chupar!
Ella se arrodilló. Pero a pesar de sus esfuerzos, no pudo esconder un sollozo. En voz baja, pero clara, suplicó:
—Padre... ¿Por qué me has abandonado?
El energúmeno se rió.
—¡Anda la jodía! ¡Que ahora llama a su padre! —los demás le respondieron con risotadas histéricas— ¡Chupa, zorra!
De pronto, un sonoro trueno les ensordeció. Todos miraron al cielo. Al instante, un extraño y potente fulgor iluminó la zona dejándoles ciegos durante unos segundos. Cuando pudieron volver a mirar, uno de ellos chilló mirando al líder.
—¡Esa guarra se ha cargao al Pepe!
Pepe estaba al lado de la chica, sosteniéndose el miembro, con la cabeza erguida mirando al cielo, convertido en una estatua de sal. Los chicos se acercaron entre furiosos y asustados. En cuanto quisieron tocarlo, se deshizo como un castillo de arena ante una ola.
—¡Hijaputa! ¡Te vas a enterar! —le chilló uno de ellos con la mirada enfebrecida por el espanto.
Ella, mientras, se había puesto de pie. Con las manos en posición de orar, los miraba fijamente.
—Arrepentíos de vuestros pecados y vuestra alma se salvará.
Ante la mirada alucinada de los gamberros, sonrió suavemente y, con voz dulce, continuó:
—He vuelto. Y esta vez no dejaré que me crucifiquen...
De repente se despertó, aun estaba en su carro. Exaltada por ese sueño tan real, tomo sus llaves y rápida pero torpemente subió a su vehículo.
—He fumado mucho hoy, mi cabeza esta jugando conmigo —pensó riendo.
Y siguió su camino por la carretera, prometió falsamente dejar de fumar "porquerías" (como las llamaba su madre), era muy tarde así que se dio prisa. Pero no podía quitar de su mente el recuerdo de aquel sueño, las caras horribles de aquellos hombres que querían hacerle daño, la aparición de aquel ser; decidió prender su radio para relajarse un poco.
Cuando entró a la ciudad, vio un supermercado cercano y decidió comprar algo de comer. Doritos y Coca-Cola, su menú favorito. Pagó y cuando se dirigía a su carro quedo petrificada con lo que vio… En el parqueadero, al lado de su carro estaba estacionado un Calibra rojo con música “bakalaera”, y afuera de este estaban cinco hombres, los mismos que habían aparecido en su sueño, ella los recordaba perfectamente.
Su cuerpo se debilitó al instante, su Coca-Cola cayó al suelo como en cámara lenta, dejando salir algunas gotas que se revolvían con las llovizna que se empezaba a presentar en ese momento. Sus piernas comenzaron a temblar y su corazón entro en una carrera desenfrenada… miles de ideas llegaron a su cabeza en un solo instante. “¡Qué voy a hacer!”, pensó asustada.
De repente, uno de los hombres se percato de su presencia. No parecía sorprendido, sin duda la estaban esperando. Quiso echar a correr en dirección contraria pero el mundo se había puesto contra ella: pisó la coca-cola, resbaló y se cayó encima de una vieja gritona. Se levantó como pudo y ya fue tarde, allí estaban sus perseguidores rodeándola.
—¡Niñaaaa, mira por donde vas! —le gritaba la vieja.
—Por favor, no huyas, no queremos hacerte daño —le rogaba el que horas antes había querido violarla.
—Perdone señora —le decía ella a la vieja tratando de quitarse al menos un problema de encima.
—¿Que te perdone? ¡Si vas como una loca endemoniada! —le respondió la anciana muy enfadada—, y creo que me has hecho un cardenal.
—Señora, ¡cállese y no insulte a la Elegida! —gritó de repente el lider del grupo, marcando mucho las palabras, con los ojos muy abiertos y los brazos extendidos.
—¿La... quien? Por Dios bendito, esto es de película. Me arremete una loca y en vez de rescatarme, estos cinco mozos me agreden verbalmente. ¡Niños desgraciados! —terminó la vieja, dando por finalizadas sus quejas y alejándose del grupo.
La chica miró hacia arriba y observó estupefacta a aquellos iluminados.
—Esta noche me has hecho ver la luz. Me he dado asco a mi mismo, con mi verga en la mano, apestando a whisky, con las ideas llenas de humo ante una virgen como tú.
Ella enarcó las cejas, pero permaneció en silencio.
—Tu hermoso trueno me ha hecho verme desnudo, tal como soy, y no me he gustado. Tu hermoso trueno me quiso castigar, pero entonces un hombre a quien le faltaba una mano, se acercó a nosotros.
¿Un hombre sin mano? Joder, ¿era su padre? Si no estaba loca, estaba al borde mismo.
—Él me dijo: “Hijo mío, ella es la Elegida. A partir de hoy, si quieres salvar tu alma, deberás hacer cualquier cosa que ella te pida”. Y se marchó. Menos mal que no ha sido difícil encontrarte.
La locura se apodera de sus múltiples pensamientos, era presa aun quizás de la influencia del porro que se ha fumado, horas antes, en el demencial recuerdo de lo sucedido haya arriba, cuando todo parecía tan real como ahora, y estaba a punto de realizar el repugnante acto de meter el miembro erecto de su captor en la boca, cuando el cielo se ilumino, su influencia católica fanática provocada por su padre le hace ver esas cosas, ver o soñarlas. Su padre tubo que tomar la labor de madre, después de que ella decidió huir por las ideas tan radicales del padre, el hombre veía que todo era un milagro, desde el nacimiento de su hija, se dio a la tarea de fabricar una historia de santa, su madre quería que su hija fuera una niña normal, mientras el se aferraba a influenciar, y crear toda una imagen de santa, el estaba convencido que lo era. El era carpintero hasta que por un accidente, una docena de tablas cayeron sobre su mano, que sujetaban una herramienta, las tablas despedazaron su mano, después de horas de aceptarlo, el lo vio como una señal, la señal era de que dejara su trabajo para que guiara a los fieles a la imagen Santísima de su hija. Ya cuando se acercaba a la mayoría de edad, ella estaba cansada, pues el culto de su padre se estaba logrando, y su libertad estaba siendo hurtada, la fe de los pobladores de ese pequeño territorio conforme pasaba el tiempo comenzaba a ver a “la santa”, “la elegida”, como única, hasta que se decidió huir como su madre. Una noche tomo el carro de su padre, con transmisión automática, y mucho tiempo vivir con ese vehículo aprendió todo de el, mas, por que a partir de una edad soñaba con la fuga en el. Después de reflexionar y que la memoria le diera vueltas, analizaba lo que sucedía, y lo que se daba cuenta es de que su padre estaba cercas, la poca alimentación y el porro que acostumbraba a fumar a escondidas desde que el señor de al lado le enseño y le daba para su consumo, con el respeto de santa, se comenzó a sentir mareada, un sudor frió comenzó a invadir su cuerpo , y el temblor de sus piernas le hizo venirse al piso, entre murmullos que ella no entendía, todo se nublaba, todo se volvía turbio ante la presencia de sus supuestos perseguidores .
Cayó al frío pavimento, allí quedó rendida, mareada y sin fuerzas, sus sentidos poco a poco se iban desvaneciendo, hasta que al fin quedó inconsciente.
Ellos alcanzaban el sueño de poder cuidar a la que ahora era su máxima devoción, la llevaron a un pajar, allí con sumo cuidado, la tendieron en las briznas doradas de aquella planta seca.
Cuando despertó, no vio nada más que la luna entrando por una sucia y rota ventana, poco a poco miró a su alrededor, cuando sus ojos se acostumbraron a la penumbra, pudo verse en medio de un sitio que jamás había antes visto.
Allí no había nadie, no recordaba nada, todo era silencio, todo estaba oscuro y vacío, apenas iluminaba aquella luna, de pronto el sonido del viento hizo silbar a los árboles, entonces fue cuando la Elegida empezó a recordar, sintió nauseas, de nuevo mareos, pero esta vez no quedó inconsciente, realizó un esfuerzo sobrenatural para levantar su dolorido cuerpo que aún estaba encogido de puros nervios.
Cuando logró incorporarse y llegar a tientas hasta lo que a ella le parecía un picaporte, un ruido atronador acompañado por una voz, le paralizó por completo, quedándose allí de pie frente a la puerta...
Místico momento, donde esos hombres había visto en ella sexo, se convirtió en algo sobrenatural...
Todos los que la habían tocado, i degradado, se fueron convirtiendo uno a uno en feos conejos, de un color indefinido, oliendo mal, con ojos saltones igual a una rana. El padre de Clara, el hombre manco, se escandalizó del poder de su hija, llegándola a temer.
Los feos conejos, pedían clemencia, ayuda, gimiendo y llorando de la manera más irreal.
Clara estaba en la duda de dejarlos así, o volverlos a su estado normal...
Cogió al primero, Clara dio un poco de alivio, tocándole de sus orejotas feas, le dijo¡¡
—¡Escucha y haz lo que te diga! Quédate quieto sin respirar.
La sorpresa de todos fue, que el hechizo duraba bastante rato para quitarlo, sin poder respirar, el sujeto la palmó.
Todos los compañeros de fatiga sobrecogidos y desesperados, empezaron a roer las rejas de la pequeñita jaula, mientras Clara, escogía a otro elemento de ese clan. Le tocó el turno al más joven, dentro de los conejos feos, el más guapo
sus ojos le imploraban clemencia y expresaban miedo, Clara se conmovió..
En vez de tocarle las orejotas le dijo...
—¡El miedo es cosa de uno mismo, pero hoy me habéis hecho sentir aterrada, ahora veo como la victima es el cazador, y no se como reaccionar aunque mi perdón está lejos de vosotros...!
El conejo con signos le pidió libertad y perdón.
Clara no tenía el corazón de hierro, entre la mirada curiosa de su padre, abrió la pequeña jaula, dejando libre a esas raras liebres. Pero el perdón no llegó del todo.
Dejó que esos hombres siguieran siendo esos feos conejos. Algo que ellos ansiaban tanto, de manera enfermiza y demencial les aplicó una novedad en sus cuerpos: una rajita. En vez de sus penes, por los cuales Clara podía violarlos en ese mismo instante.
Al cabo de varias horas, esos conejos.
FUERON CAZADOS, VIOLADOS Y RIDICULIZADOS
MORALEJAAAAAAAAAAA¡¡¡?
en otro próximo cuento encadenado¡¡¡
|